Humberto Maturana: una vida autopoiética


La partida de Humberto Maturana deja un legado de contribuciones difícil de resumir, una mirada sistémica de la esencia de la vida desde la biología y variadas distinciones que cambiaron nuestra forma de comprender y representarnos la vida, la convivencia y el ser que estamos siendo.

Su partida también amplificará su impacto, reconocimiento y trascendencia. Sus libros y conferencias pasarán a ocupar el sitial de uno de los más grandes intelectuales chilenos de toda la historia. Admiro del doctor Maturana su humildad y la forma de involucrarse en lo público, en siempre buscar contribuir con reflexividad y comprensión a los fenómenos culturales, sociales, grupales e individuales del tiempo que vivió, pudiendo perfectamente haber elegido vivir como gurú en alguna de las más prestigiosas universidades del mundo.

Su biología del ser, del conocer, del amor y la biología cultural son los grandes títulos de su obra, mostrando la brillantez de su pensar sin fronteras en los múltiples niveles de los sistemas humanos.

Dentro de sus muchas distinciones notables quiero destacar tres. Primero, su noción de objetividad como argumento para someter y obligar a la obediencia, abriendo todo el mundo de la imposibilidad de separar observador de realidad y entendiendo que todo sucede en espacios subjetivos, intersubjetivos y eminentemente emocionales.

Segundo, su portentosa distinción del legítimo otro y la comprensión de las diferencias accidentales (por ejemplo, lugar de nacimiento, situación económica de la familia, religión) como diferencias ilegítimas que requieren compromiso para traducir la legitimidad natural de los humanos en deberes y derechos igualitarios, estableciendo un imperativo ético por la generación de igualdad de oportunidades, respeto, horizontalidad relacional y la construcción de convivencia armónica.

Por último, su idea de autopoiesis, la capacidad de hacerse a sí mismo. Maturana fue autopoiético, se hizo a sí mismo, siguió esa curiosidad genial de explorar e interpelar los bordes de lo posible y lo desconocido, y fue fiel a su emocionar y pensar, creando legados que vivirán por siempre en quienes tuvimos el regalo de transformarnos con sus ideas. 

Lo que más admiro de Maturana es la coherencia de su ser, su modestia, su compromiso con la irradiación de sus ideas y prácticas a la mayor cantidad de personas, su accesibilidad interpersonal y ese modo extraño que tenía de estar pareciendo que no estaba, como que su reflexión estuviese a dos metros del suelo, levitando reflexivamente y tan conectado con los campos emocionales y conversacionales de lo que participaba.

Humberto Maturana encarnó y enactuó su poiesis, en una vida autopoiética. Ya quisiéramos muchos que al partir nos dijeran lo que siento en su partida: que fue coherente, irradiante, transformador y de una contribución ininteligible, inacabable, generosa y humilde.



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