Ignacio Fernández Reyes

2009 y 2010 fueron años de un terremoto personal y existencial profundo para mí. Las catástrofes que vivió Chile y su gente fueron un espejo de lo que me sucedía interiormente, al igual que a miles de personas. Un tiempo turbulento, donde parte de lo construido y de las seguridades de la vida se vinieron al suelo y donde no hubo demasiado espacio para el lamento del pasado. Tuve que concentrar las fuerzas en ese inestable balance entre sostenerme de pie y comenzar a reconstruir lo de afuera y lo de adentro.  Mi naturaleza temperamental me llamaba a la tristeza nostálgica, y mi quehacer en el mundo, mis hijos y mis energizadores interiores me impulsaban a avanzar hacia conquistas desconocidas aunque sentidas. Esa sensación de que se tiene certeza de que hay que avanzar, se intuyen ciertas pistas y se tienen algunas luces de cómo hacerlo, aunque el camino cotidiano sea incierto y no esté reflexivamente bien trazado. Más que mirar lo positivo y lo negativo de este turbulento año que

Cuando se mira la realidad cotidiana da la idea que lo negativo se expande más rápido que lo positivo, que lo destructivo le gana la batalla a lo constructivo, que la esperanza es derrotada por las emociones inferiores. Hoy existen más personas viviendo en negatividad que en positividad, muchas más. Se notan más también pues las "herramientas" de lo negativo están a la mano de cualquiera: el pelambre, el ataque, la crítica, el sarcasmo, las mentiras, la desvalorización, la sospecha, el descrédito, la duda, entre otras. Lo desafiante y evolutivo está en aprender y usar las herramientas positivas, trabajarse para comenzar a utilizarlas, tener el valor de crear desde lo constructivo, y tolerar los ataques de la negatividad y quienes viven aún ahí. Se requiere blindaje energético y la voluntad de afrontarse a sí mismo. En términos de poder, la positividad es inmensamente más influyente que la negatividad. No se nota tanto pues en términos de números no son demasiadas las pe