La imperiosa necesidad de comunidad
La crisis de
liderazgo tocó fondo. La formalización de los dueños de Penta, el impresentable
tráfico de influencias del hijo de la presidenta con el vicepresidente del Banco
de Chile y los casos de colusión y abusos que hemos conocido en los últimos
años dan cuenta de un estado de cosas que requiere ser pensado y reorganizado
desde otro paradigma.
A nivel empresarial,
político y de muchos jefes, el modo "socialmente valorado de los últimos
40 años" para ascender, generar riqueza o ganar poder es egocéntrico y
desconsiderado con los otros. Revela una profunda descomposición moral
que no tiene futuro evolutivo.
El
sistema de creencias a la base del sistema capitalista, en la forma que se
aplicado mayoritariamente en Chile, genera los abusos que se comienzan a
conocer, indignan a la gran mayoría de los ciudadanos y dan cuenta de la
necesidad de cambios para consolidar una paz social sólidamente construida
desde la inclusión.
Es
usual la defensa de los paladines del modelo capitalista en la lógica de
creación de riqueza, mejoramiento de los indicadores económicos y constatación
de mejores estándares mínimos de calidad de vida económica de la mayoría,
asumiendo que la única forma de progresar en con trabajo y crecimiento.
El
desafío que tenemos por delante es sostener ese crecimiento y mejorar los otros
indicadores de la calidad de vida de las personas, entre los principales, equidad
en las oportunidades, participación ciudadana, salud mental y calidad de vida,
confianza en la institucionalidad y confianza en las demás personas. Un
desarrollo, bienestar y poder distribuidos, y no concentrado en unos pocos
millonarios.
¿Cuál es ese nuevo paradigma de organización social que
requerimos?, ¿por dónde hay que avanzar?, ¿qué próximo pasos debemos dar?
Lo primero es reconocer que estamos ante una tensión profunda de
un cambio en los sistemas de valores. Muchas personas continuarán guiando sus
vidas por el sistema del logro exclusivamente individual, con el ego como
conductor de la vida y con las variables extrínsecas como los fines
existenciales buscados: dinero, poder, fama, propiedad e imagen.
El sistema de valores que está despuntando remite a lo
intrínseco y pone a la comunidad como lo más importante de la propia vida. Nos
moveremos hacia un balance yo-otros, con el “nosotros” por sobre el yo.
Es difícil de imaginar pues somos hijos de las ideas
individualistas y egocéntricas. Cuesta pensar como sería una vida en comunidad
pues nuestros hábitos y creencias “obvias” son individualistas, pensando en la
propiedad privada, en el logro propio y de la familia, con la meritocracia y el
avance en la escala socio-económica en el centro de muchos afanes.
Modificar estas creencias tomará
tiempo. Pienso que la única manera de identificar la
inefectividad de las creencias egocéntricas con las que nos hemos formado la
mayoría es mediante la experiencia de comunidad, en horizontalidad y decisión
colectiva. Solo esa experiencia demolerá la creencia auto referente o logrará
un mejor balance yo-otros.
Comenzar
a vivir en comunidad, tenuemente al principio, e ir sintiendo, constatando,
experimentando qué pasa en las dinámicas de relación, en la vivencia individual
y en el tipo de resultados que se producen. Es como querer desarrollar un
músculo no utilizado. Será raro, al principio dolerá y es necesario conocer qué
nuevas “funcionalidades” y resonancias emocionales aparecen.
Abandonar
las creencias egocéntricas sólo será posible cuando tengamos la comprobación
experiencial de que los efectos de las creencias comunitarias nos llevan a un
mejor estado de desarrollo y bienestar, personal y colectivo.
Es
imperativo que comencemos a construir algunas comunidades o a acercarnos a
algunas existentes, desde nuestros intereses. Eso implica participación,
involucramiento, salir de la actual zona de comodidad individual y probar
nuevos repertorios de conducta desde la actitud del aprendiz novato. Explorar
como niño ingenuo, dejando el control, la soberbia y el liderazgo vertical
congelados por un rato.
Silenciar
al ego individualista pues reclamará. La comunidad define nuevos límites de la
identidad, el nosotros, con las metas del colectivo en el centro del propósito
grupal, en un imán de sentido compartido trascendente.
Un colectivo que
construye y articula una visión e inteligencia compartida, con el diálogo y la
conectividad en el centro de las relaciones, generando personas movilizadas por
un bien superior y con la confianza y la inclusión como trazadores de una
comunidad sana. Estas son pinceladas intuitivas de una ética comunitaria que es
la promesa de futuro ante la creciente certidumbre de la destrucción del tejido
social que produce la ética individualista a ultranza.
Decidir ser
parte de una comunidad deriva de una sabiduría interior que señala que somos
más que seres individuales, somos en esencia seres relacionales, conectados y
responsables de ese bien común superior.
La felicidad,
el sentido, la pertenencia y la trascendencia
se expanden en experiencias de comunidad, impulsando nuestro actuar por
la consciencia social personal, transpersonal, social y global. Es imperioso que nos atrevamos a probar la experiencia de comunidad, pues ya tenemos la
certeza que el dominio de la ética capitalista genera un futuro privilegiado
para muy pocos y malestar y mala vida para la mayoría.
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hector.olea.l@gmail.com