¿Qué es gestionar las emociones?
Existe abundante literatura sobre la
centralidad de las emociones y la inteligencia emocional para la vida personal
y social. No obstante, es frecuente que no sepamos qué es gestionar las
emociones, pues nuestra tradición racionalista hace que la mayoría estemos en
un analfabetismo emocional, donde intelectualmente entendemos la importancia del balance emocional-corporal-racional, aunque no sabemos qué es ni cómo
hacerlo.
Lo primero es distinguir que no
estamos hablando de control emocional, sino que de gestión del mundo de los
afectos. El control implica un dique de contención o la aplicación de
mecanismos de defensa que neutralizan y amordazan la emoción. El control nos
tiende a dejar paralizados, gastando la energía en detener “eso” que nos pasa.
Gestionar las emociones tiene 5
momentos:
1.
Detenerse para sentir la emoción. Es esencial poder conectar con
la sensación sentida, abriendo la puerta a que esa señal que está en nuestro
cuerpo y nuestra biología sea “escuchada” por nuestra mente. Si estamos
funcionando en piloto automático, enajenados por algo, en un ritmo frenético
que no se detiene en ningún estímulo y consume información y datos a destajo, será
imposible sentir. Es esencial hacer lo que dice el psicólogo Claudio Araya: no
hay mayor avance que detenerse. Es decir, las señales del camino de crecimiento
personal están dentro de uno. Es necesario frenar, detenerse y escuchar para
luego avanzar.
2. Ponerle nombre a la emoción. Es sorprendente que muchos de
nosotros no tenemos palabras para las emociones que sentimos. Para referirnos a
nuestro estado emocional usamos palabras como lata, afectado, chato, cargado, entre
otras. No tener el lenguaje de las emociones dificulta enormemente sentir en el
cuerpo y en la mente la alegría, tristeza, amor, rabia o lo que sea que
sintamos. Sin nombre no hay emoción que gestionar. Sólo hay una intuición que
se nos escapará como agua entre los dedos. Nombrar una emoción es el primer
paso para que la mente pueda “tratar” con ella y direccionarla hacia un fin
útil para mí.
3. Identificar el mensaje positivo de la emoción. Como dicen los
investigadores en Psicología Positiva, no hay emociones positivas o negativas
en sí mismas, buenas o malas. Todas las
emociones tienen un mensaje positivo de autoprotección y autocuidado. Nuestra
tarea es escuchar y entender ese mensaje, reflexionarlo y no actuar impulsivamente
y sin filtro ante el primer destello emocional. Nuevamente se requiere pausa y
escucha interior.
4. Dejar ir la carga de intensidad de la emoción. Ya sea que las
emociones las llamemos positivas o negativas, portan una intensidad emotiva que
tiende a sacarnos de nuestro centro reflexivo. No hay que tomar decisiones en
el éxtasis del entusiasmo ni en las sombras de la pena. La intensidad emocional
está ahí para decirnos que hay un tema o situación relevante para nosotros que
requiere nuestra atención y reflexión. La intensidad no tiene el sentido de
encender un polvorín y dejar un descalabro con una conducta impulsiva. Es la
llamada de alerta para poner la atención en el mensaje positivo de la emoción.
Al abrir mi corazón para
dejar ir la intensidad de la emoción me vacío, permito que esa carga emocional
no me habite, controle ni contamine la reflexión lúcida y centrada. Las
emociones en sí mismas tienen el poder de descentrarnos, en su energía efímera
y de alta intensidad. Una vez que dejamos ir la emoción quedan los sentimientos
estables, esos que impulsan nuestra conducta sustentable en el tiempo.
5. Reflexionar y decidir qué hacer con el mensaje que me regala la
emoción en el contexto específico en el que estoy. Prudentemente, luego de esta
reflexión, me muevo a la acción. La secuencia es siento - pienso - actúo. El
pensamiento es el mediador entre mi mundo emocional y mis comportamientos. Mientras más entrenado tenga el músculo de la gestión emocional, más efectivo
y acertado será mi comportamiento, pues dará buena cuenta de mi sabiduría
interior y su ajuste a las personas, grupos y situaciones que vivo.
Esto es usar las emociones para mi
propio crecimiento y para la construcción de vínculos. Entender que la
impulsividad es el peor de los consejeros. Que la intensidad de la sensación sentida
debe dejarse ir para que la mente escuche qué es necesario hacer. Ponerle
atención y pensamiento a la emoción, administrarla y saber que dentro de mi
tengo un impulsor de acción. Si es de comportamiento centrado o extraviado
depende de mi capacidad de gestionar mis emociones.
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