Cómo vivir el qué
La mayoría de nosotros configura su vida en función de qué
hacer. Nos desvela conseguir nuestros logros, alcanzar reconocimiento y ser exitosos
en nuestros emprendimientos y tareas, con la expectativa que ello nos traerá
felicidad y paz.
Destinamos muchas horas de nuestra vida a pensar cada detalle de
qué hacer con la vida, ya sea en los estudios, la pareja, el trabajo, la familia, donde
vivir, en una suerte de planificación estratégica de la vida personal. Este
diseño de posibles logros se hace basado en las ideas valoradas
socio-culturalmente, es decir, lo que otros dicen que debemos hacer. Casi todos
asumimos mansamente ese camino, pues al momento de las primeras decisiones, en
la adolescencia, nuestra seguridad emocional y pertenencia socio-afectiva aún
depende de hacer lo que nuestros padres y nuestro grupo de referencia consideran
adecuado.
En la etapa de configuración de la identidad establecemos las
metas vitales, el qué queremos lograr. Lo interesante es que la forma para
lograr esas metas, cómo hacerlo, opera por obviedad: hacer lo que hacen casi
todos. Se abre un camino automático tras el supuesto que si a otros les ha ido
bien haciendo “lo obvio”, a mí también me irá bien. Son escasas las personas
que tienen la lucidez y la fortaleza emocional para evaluar la efectividad de
los medios a través de los cuales se buscará el qué, y optar por caminos
diferentes del estándar socio-cultural.
Cuando se estudia a personas “exitosas”, aquellas que hicieron
el camino tradicional para alcanzar sus logros, es frecuente observar un gran
desbalance entre el yo exterior y su yo interior. En el “afuera” les ha ido
bien y “el interior” suele estar despoblado, mustio y con una profunda carencia
de sentido. Todos conocemos el arquetipo del “millonario pero solo y
detestado”. Esa caricatura extrema es aplicable al desbalance de la vida de
muchos de nosotros.
El logro del qué está lejos de asegurar felicidad, cariño y
tranquilidad. El bienestar personal no está en los resultados, en los logros ni
en los aplausos de los otros. Los logros suelen ser efímeros y cambiantes, por
lo que sujetar la felicidad propia a lo que es volátil es un error humano
básico.
El qué da lo mismo, es irrelevante. Podrá ser evaluado por
nuestro ego como mejor o peor, pero no es significativo en el proceso evolutivo
personal de conectar y sostener felicidad. La clave es cómo se vive el qué. Lo relevante es el fundamento y la causa que
me mueven y no lo que hago, pues cualquier quehacer puede ser puesto bajo la
inspiración de una causa originaria.
La clave no es el resultado, son los pasos del camino, el paradigma
desde el cual opero en la vida, sus fundamentos y la actitud con la que habito
la existencia. Esta idea parece tan simple y tan conocida por nuestra mente, no
obstante algo sucede que no se ancla en nuestra convicción ni nuestro actuar
cotidiano.
¿Cuáles son las características de ese “cómo vivir la vida” que
asegura paz, armonía y felicidad? Existe abundante literatura científica y
espiritual al respecto, desde diferentes perspectivas y con énfasis muy
variados. Dentro de esa diversidad de miradas y caminos, existe un núcleo
compartido de unicidad, una suerte de acuerdo implícito de aquello
esencialmente importante. Algunos lo llaman la Fuente, la sustancia universal,
la gran inteligencia directora, Dios o la luz, entre muchas denominaciones para
nombrar lo inabarcable, inmutable y eterno. Como dicen los apofáticos, eso
Superior es innombrable. Se puede decir lo que no es y no se puede nombrar lo
que es.
“Eso”, existe. Es. Sus características son el amor, la guía
perfecta, la paz, el compartir su esencia con todo ser viviente, la
impermeabilidad a lo humano y el cambio, la inmutabilidad, lo eterno.
“Eso” está dentro de cada uno, lo creamos o no. No importa si te
declaras espiritual, creyente, agnóstico o ateo. Da lo mismo y es parte del
propio proceso de consciencia. Esa sustancia universal está dentro de todos.
Para acelerar el camino evolutivo, lo esencial es conectar con ese fundamento.
Y eso es simple: con meditación.
Lo difícil es que la mente egocéntrica, que se cree más creadora
que El Creador, entienda que existe “Eso” superior que lo abarca todo y que
conduce inevitablemente a la paz. El ego tiene montado un sistema cerrado de
pensamiento para desacreditar estas ideas, pues la solo presencia de “Lo
Superior” deshace el ego. Y el ego lo sabe. Por eso existen tantas trampas de
la propia mente en el camino espiritual.
Una vez que se conecta con “Eso” superior que vive dentro de mí
es necesario dejar que haga su trabajo. Casi todos sabemos sobre el poder del
ahora o el vivir viviendo cada instante, sin preocuparse del pasado, del futuro
ni el presente. Este vivir es en flow,
sin pensar, pues la sola intelectualización nos saca del instante conectado.
Conectar, aceptar, vivir el instante conectado, fluir en la paz
y no juzgar. Poner como fundamento de la propia vida a “Eso”. Este cómo se
puede vivir con cualquier qué. Lo esencial es poner la propia vida en sintonía
con “Eso” y sostenerlo mediante el cómo.
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