Up-grade de valoración de los vínculos
Hace unos días murió inesperadamente un amigo de la universidad con quien
había muchas historias y recuerdos compartidos. Su muerte pegó muy fuerte en
quienes fuimos sus amigos y en muchas personas, dada la diversidad de mundos en
que participaba y su carisma. La sensación de desazón, pesadumbre y confusión
era generalizada.
¿Qué significa la partida de este amigo?, ¿qué sentido tiene lo inesperado
que te golpea a mansalva y que se vive como inevitable y doloroso?, ¿qué
aprendizaje debemos hacer los que quedamos vivos, en ese límite melancólico
entre seguir el propio crecimiento y honrar la memoria del amigo que partió?
En su funeral comentamos la importancia de la historia compartida, pero no
sólo en los hechos, sino en la red afectiva que se construyó y que se palpa como
indestructible. Muchos no veíamos a este amigo hace años y el impacto de su
muerte nos remeció como si continuáramos en la calidez de la relación
cotidiana. La telaraña de los afectos es atemporal y no responde al guión
humano del tiempo-espacio.
Esta vivencia personal de dolor y desgarro la hemos vivido todos. En esos
límites dolorosos donde miramos nuestra vida con la perspectiva de distinguir
lo urgente de lo importante, lo accesorio de lo esencial, el ego del espíritu,
emerge una sola certeza: vinimos a querer a los que queremos y a poner al amor
como principio rector de la propia vida.
Nos conecta con un sentido originario y primigenio, un impulso humano
anclado en cada célula que nos muestra que el sentido de nuestra vida es la
integración por sobre la diferenciación, la separación, la comparación y la
competencia. El espíritu por sobre el ego, lo verdadero sobre lo vano y
aparente, la felicidad por sobre la discordia y las emociones tóxicas, la luz
sobre la oscuridad.
Buscando ir a lo más basal y fundamental, a la causa de esa red inenarrable
de afectos, sólo aparece el amor: amor hacia mí mismo, amor filial hacia los
otros que nos iguala ante la vida y amor al Creador. El amor como causa, autor,
fundamento y actor del vivir y hacer humano. Pareciera que solo hay 2 opciones
en la vida: el camino del ego o el camino del espíritu-amor.
No se trata de luchar contra el ego, controlarlo ni domarlo. El ego es
aquella parte de la mente que cree que lo que define tu existencia es la
separación y la comparación. El amor es lo unicidad que diluye al ego,
separación y comparación. No hay que luchar contra el ego. Hay que poner al
amor y al espíritu al centro de nuestras causas y fundamentos.
Al llegar a estas sensaciones intensamente vividas que nos permiten ver lo
esencial invisible a los sentidos, se ancla la convicción de lo amoroso como
combustible de cualquier relación y acción.
Esto nos pone ante la consciencia de la necesidad de un up-grade de valoración de los vínculos y
afectos que somos, para darles la centralidad que tienen en la construcción de
relaciones más sanas. Ser humano es ser amorosamente con otros, en relación y
colaboración permanente, tras proyectos compartidos o por el simple gozo y
júbilo de querernos.
Este nuevo escalón del valor de las relaciones y los vínculos tiene dos
impactos: estar mucho más presente en las conversaciones con los demás,
genuinamente interesado y sabiendo que en ese espacio se cumple uno de nuestros
mandatos vitales: la filiación, es decir, “amarás a tu prójimo como a ti
mismo”.
El otro impacto es comprender que en cada desconocido hay un legítimo otro igual a mí, potencial relación de nuevos vínculos. Nuestra mente se abre a un espacio de construcción colectiva guiado por lo amoroso y trascendente.
El otro impacto es comprender que en cada desconocido hay un legítimo otro igual a mí, potencial relación de nuevos vínculos. Nuestra mente se abre a un espacio de construcción colectiva guiado por lo amoroso y trascendente.
Comentarios