El balcón de mí mismo
Lo
propiamente humano es la consciencia y el lenguaje. Somos la única especie que
tiene la capacidad de pensarse a sí misma, tomar distancia y ser objeto del
propio análisis. Eso nos permite hacer juicios de nuestra historia, compararnos
y evaluar nuestro progreso o involución. Es el pensamiento consciente el que
nos dice si erramos o acertamos.
Cuando se
revisa las técnicas de autogestión emocional, las herramientas cognitivas de
detención de pensamientos negativos o repetitivos, las metodologías de cambio
de creencias o las bases transversales de los métodos de meditación,
comprobamos que existe un elemento común: la capacidad de observarnos con
distanciamiento.
Tomar
distancia de uno mismo equivale a subirse al balcón de sí mismo, parafraseando
a Ronald Heifetz en sus escritos de liderazgo. Técnicamente eso se llama
meta-posición. La meta-posición es asumir una posición de observación de uno mismo o de los demás que esté un
poco más arriba de nuestra vida habitual y nos haga despegarnos de la realidad.
Es subir unos peldaños en nuestra escalera existencial y mirarnos amorosamente
hacia abajo. Equivale a observar el propio observador y saber desde qué lugar
miro la vida.
Este
distanciamiento emocional “en altura” permite vernos “allá afuera y abajo” y
neutraliza las emociones que estemos sintiendo. Nos podemos observar como si
nos miráramos detrás del lente de una cámara o desde arriba de una montaña. Esta
distancia de sentimiento produce tranquilidad de pensamiento. Nos pensamos con
esa misma distancia.
La
consciencia es poner distancia respecto de uno mismo y mirarse
desapasionadamente. Es observarse, investigarse e indagarse sin juicios, como
un periodista que busca evidencias para construir un reportaje.
Esta es una
cualidad esencial de las personas que transitan caminos de automaestría:
despegarse de los propios juicios y creencias, para evaluar con distancia si
son válidos, efectivos y contribuyen a lograr mis más altos deseos, que
normalmente apuntan a la consolidación de una mejor versión de mi mismo con una
convivencia positiva con los demás.
Cuando logro
mirar mis creencias y juicios sin apegos de identidad ni defensas de mi ego,
algunas de esas “certezas de niño” se diluyen suavemente. Se necesita coraje
para dejar ir esas creencias que uno sostuvo por tantos años y que siente que
son parte de su identidad. Muchas personas dicen, “soy así, es mi personalidad”.
En rigor eso no es así. Son conductas que se han mantenido y repetido por
muchos años, y donde la propia persona hace el juicio de que eso es su ser.
Como dice
Humberto Maturana, más que atraparse en las ideas del ser pre-existente y
moldeado en el pasado, hay que concentrarse en el hacer presente. Son mis
comportamientos y mis actos presentes los que definen mis posibilidades de ser.
Si me digo
“soy mal genio”, cierro las puertas a tener conductas gentiles, tranquilas y
armónicas, pues consolido una creencia de identidad inmodificable. Si me digo
“mi reacción habitual es de rabia” (poniendo el juicio en la conducta y no en
la identidad, en el hacer y no en el ser), es mucho más probable que esa
conducta pueda ser cambiada por una reacción de tranquilidad. Gastamos bastante
tiempo buscando rótulos y juicios de identidad para nosotros mismos, cuando lo
que ayuda es concentrarnos en mejorar nuestros actos. La identidad deriva de
los actos cotidianos. El ser es consecuencia del hacer con otros.
Cuando nos
subimos al balcón de nosotros mismos, quitamos la carga emocional de sostener
una postura o mantener una opinión. Nos liberamos de nuestra propia mochila o
le quitamos muchas de las pesadas piedras que cargamos. Por ejemplo, la
psicología positiva encontró que una técnica efectiva para detener pensamientos
negativos y críticos es decir “stop”. Así de simple, casi ridículo. ¿Qué
pasa cuando le decimos a un pensamiento “alto, detente, no tienes poder
sobre mí”? Tomamos una meta-posición mental y emocional que nos pone en el
espacio de la consciencia y la apertura de nuevas posibilidades.
Muchas de
las herramientas probadas de crecimiento personal son sencillas, aunque
requieren un camino de persistencia y rigor cotidiano para recibir sus
beneficios de tranquilidad, evolución y felicidad. Es simple qué hacer. Es difícil cómo perseverar y sostener. Esta es la
diferencia entre quienes avanzan en su desarrollo integral y quienes están
detenidos o retroceden: la disciplina en la aplicación diaria de estas
sencillas prácticas.
Ya sabes.
Cada vez que estés en una pelea, que tu mente esté descalificando a alguien,
cuando te sientas deprimido y sin retorno, o estés rodeado por la discordia
personal o de otros, súbete al balcón de ti mismo. Las técnicas más efectivas
las conocemos todos. Cuando alguien está a punto de explotar de enojo le
decimos respira profundo y cuenta hasta diez. Pura meta-posición.
La biología
nos regala los efectos equilibrantes de la respiración consciente. Tomar
conciencia de la respiración es poner nuestra atención en la inspiración y la
expiración. Uno, dos, tres, cuatro minutos. Es uno de los mejores actos de
centramiento y de conexión con la energía universal que balancea y sintoniza
con la armonía. Un sencillo mecanismo biológico de meta-posición.
Otros
hallazgos de la psicología tienen el mismo principio de subirse al balcón de sí
mismo y ver con claridad lo que no se ve en lo cotidiano. Es decir, la
meta-posición pone luz donde se ve difuso u oscuro. Instala el claro. Por
ejemplo, escribir la biografía de la propia felicidad; hacer una línea del
tiempo con la propia vida y marcar los hitos positivos; llevar un inventario de
los momentos en que me he sentido orgulloso de mí mismo, talentoso y expandido;
tener una comida familiar semanal fija para contarnos cómo estamos y
acompañarnos amorosamente desde la aceptación; caminar en la naturaleza; bendecir
a otros; practicar la amabilidad, entre otros.
La ciencia muestra
que llevar una bitácora de agradecimiento es uno de los impulsores más importantes
de felicidad. Nos hace salir de lo obvio y transparente. Nos permite mirar
desde arriba y agradecer por lo simple y más vital. Todos estos son pequeños
actos que la evidencia muestra que nos impulsan a observarnos a nosotros mismos
como parte de un cosmos mayor, impulsándonos a lo mejor de nosotros mismos, al
despliegue en la acción de esa semilla potencial de amor, sabiduría y poder que
late en nuestro GPS interior.
La
meta-posición también nos permite ampliar la visión y la perspectiva para ver
desde lejos las piedras del camino que es necesario sacar o saltar. Pone luz
respecto de los hechos dolorosos e inevitables de la vida que es necesario
afrontar para seguir avanzando en el camino de la integración y crecimiento del
ser. El actuar inconsciente, el piloto automático y la búsqueda ciega e
irreflexiva del éxito son nefastos para la evolución humana.
Los felices
son conscientes de sí mismos. La automaestría se acelera desde la
meta-posición. Si queremos avanzar es esencial subirnos al balcón de nosotros
mismos. Esa mirada larga y expandida permite ver el camino, los obstáculos, las
bifurcaciones y el horizonte. Cuando veo dónde voy (desde la posición
consciente), el camino aparece y se ilumina, dando seguridad al caminar
existencial hacia un mejor yo, un mejor nosotros y una sociedad más lúcida y
armónica. Desde adentro hacia afuera.
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