Felicidad trascendente
Como
comentamos en la columna anterior, existen al menos tres niveles de felicidad:
felicidad individual (conmigo mismo), felicidad relacional (con los otros) y
felicidad trascendente (derivada de la relación con Lo Superior).
Un terreno
poco explorado por la mayoría de nosotros es la felicidad trascendente, esa
alegría perdurable que es causada por el contacto con lo que cada uno conciba
como Lo Superior en su existencia.
Lo Superior
es la Fuente de todo lo bueno para la propia vida. Como esa definición es
individual, cada persona lo nombra según su propia vivencia. Incluso puede no
nombrarse y tenerse la intuición o la certeza de que existe una gran mente
creadora de todo, una inteligencia directora vasta e ininteligible, aquella
que, por ejemplo, diseñó las galaxias, los universos y los planetas y construyó
la perfección de funcionamiento del cuerpo humano en equilibrio.
Para que la
felicidad trascendente pueda ser parte de mis sentires, es imprescindible que
Lo Superior ocupe un lugar relevante en mi propia vida, constituyéndose en uno
de los referentes existenciales del propio vivir. El acceso a ello es
experiencial, no es desde la formación teórica de valores y principios. La
formación conceptual permite ponerle nombre a la relación con Dios y poner
atención a su existencia, pero no sustituye el anclaje interior de Dios que se
produce en la experiencia espiritual personal.
Lo Superior
se nos aparece cuando lo sentimos dentro de nosotros mismos. Este punto es
clave. Quienes articulan una concepción de Dios o Lo Superior lo hacen desde la
sensación sentida, ya sea el amor incondicional, la gratuidad, el cuidado ante
las dificultades, la consciencia expandida en contemplación y meditación
profunda, la vivencia de ser padre-madre o la sensación de ser pequeño ante la
inmensidad de la naturaleza, el universo, la noche estrellada o la
magnificencia del sol.
Todos hemos
sentido esos chispazos intuitivos de ser parte del todo, aunque nuestra mente
no siempre pueda comprenderlo. Aquí es donde la pura racionalidad tropieza con
la sensación de Lo Superior, pues es ambicioso suponer que nuestra mente tendrá
todas las distinciones para explicar con detalle, ciencia y razón la existencia
de Dios.
Los poetas
místicos lo definen como una luz que llena su corazón e ilumina la comprensión
en el centro de la frente. Incluso los místicos medievales usaban el método
aporético para describir a Dios, es decir, se puede decir lo que no es, pues en
su vastedad no existe lenguaje que permita abarcarlo. Por lo mismo, varios
filósofos se refieren a Dios como el misterio.
Leyendo a
diversos autores, poetas y teólogos, la palabra más usada para describir Lo
Superior es amor. Ello indica que la causa de la existencia es el acto amoroso
de ese creador (resolviendo la discusión entre creacionistas y evolucionistas,
pues somos una creación evolutiva permanente). El amor es el elemento
cohesionador de la vida en cualquiera de sus formas, siendo la matriz en la
cual la vida encuentra sentido, razón y camino.
Comprender
que la gratuidad del amor de Lo Superior es la causa de la propia vida exige
humildad de alto nivel. Tomando una metáfora de Patricia May, es entender que
uno es una gota de agua en el océano y que ese océano es Lo Superior. Cada uno,
al ser gota, tiene la misma composición de Lo Superior. Como es arriba es
abajo. O en lenguaje católico, somos creados a imagen y semejanza de Dios.
Quienes
logran esa consciencia, comprenden que el amor es el motor de la vida personal
y con los otros. Bajado a nuestra realidad cotidiana, eso es ampliar los
objetivos de la propia vida desde el logro exclusivamente personal al logro de
otros y la comunidad en la que habito. Amar es comprometerse con la felicidad
del otro. Es una conclusión científica que las personas más felices son
aquellas capaces de amar de una manera más trascendente y transpersonal.
Al describir
a Dios, las biografías de personas evolucionadas de diversas espiritualidades
lo reportan como la causa de todo. De ahí provienen las denominaciones de la
fuente, el origen, la luz, el creador, la inteligencia directora, el gran
arquitecto, padre-madre o la poderosa presencia. Esa certeza del amor
primigenio y gratuito genera una confianza incondicional en la bondad amorosa
de Lo Superior, pasando a constituirse como la guía del gobierno personal. Esas
personas han comprobado que entregarse a la voluntad de Dios y a sus deseos
divinos produce sentido, misión, armonía, alegría, consciencia expandida y certeza
en la razón de ser. Es lo que llamamos un referente de sentido trascendente.
También reportan
la idea de lo perfecto. Al poner a Lo Superior como referente y norte del
propio vivir, los sentimientos humanos y las acciones cotidianas se armonizan y
organizan de un modo que parece mágico e incomprensible. Esto explica la elección
libre de una actitud de obediencia ante la guía de Lo Superior y de humildad
derivada de la consciencia de ser instrumento de servicio.
Esta
felicidad trascendente se siente en el contacto y la entrega con otros. Es ser
feliz haciendo el bien en el trabajo, en la crianza de los hijos, en la relación
con la familia o en las actividades sociales de voluntariado. La felicidad
trascendente no es para atesorarla como propiedad privada, sino para irradiarla
y contagiar a muchas personas. El amor impulsa a generar más amor y a seguir
expandiendo lo armónico, benéfico y ecológico hacia un número creciente de
personas. Por eso es un camino y un norte existencial, y nunca tendrá un final.
Para que
todo este amor se despliegue en la realidad diaria es central la conexión con
Lo Superior, mediante la meditación, oración u otras prácticas espirituales.
Que mi yo humano (yo externo) esté permanentemente conectado con mi yo divino
(yo interior conectado). Esa es la garantía que esa energía de amor universal
se verterá permanentemente en cada uno.
El control
de esa llave de conexión la tiene cada uno desde su libre albedrío: puedo
conectarme o vivir desconectado, sumido sólo en lo humano y en piloto
automático para conseguir sólo logros socio-económicos. Nadie está obligado a
conectar con Lo Superior ni a vivir la felicidad trascendente.
En resumen, felicidad
trascendente es la experiencia de armonía personal que resulta de la acción amorosa
orientada al servicio y acompañamiento de otros, causada y motivada por la
conexión con Lo Superior, sintiendo que el sentido de mi vida es ser con y para otros.
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