Felicidad relacional
Existen tres
niveles de felicidad: felicidad individual (conmigo mismo), felicidad
relacional (con los otros) y felicidad trascendente (derivada de la relación
con Lo Superior).
Superando
las teorías individualistas de la felicidad, la actual perspectiva del well-being (bien-estar y bien habitar la
vida) ha constatado algo evidente: se es feliz con otros. No se puede ser feliz
alejado del mundo y de las relaciones sociales significativas. Quien se siente
feliz consigo mismo demuestra ese bienestar en las relaciones con otros.
Cuando una
persona declara estar en un nivel de felicidad personal satisfactorio, ello debe
ir acompañado de señales inequívocas de bienestar con los otros. Lo individual
se refleja en lo relacional. Se constatan relaciones positivas y activas con
los demás significativos. Se cuida activamente las relaciones sociales. Hay
conversación permanente, escucha empática, conectividad, genuino interés por
los otros y sus temas. Se practica la amabilidad y se participa de actividades
de voluntariado y servicio hacia otros. Existe una actitud abierta, liviana y
dispuesta al disfrute de las actividades comunitarias.
No hay linealidad
en la felicidad. No es que primero deba estar feliz a nivel individual para
después “avanzar” a la felicidad relacional. Son procesos integrados y que se
retroalimentan, pues la felicidad personal también es un emergente relacional.
Soy feliz con otros en las actividades que realizo en el espacio de las
relaciones humanas, ya sea el trabajo, la familia, los amigos u otros ambientes
interpersonales.
La felicidad
es un acto de co-construcción, presencia y reciprocidad con otros. El
bien-estar del yo individual deriva de la felicidad del yo relacional, por lo
que es central que perfilemos qué características de las relaciones humanas son
promotoras de la felicidad.
Lo primero
es el nosotros por sobre el yo. La auto referencia, el egocentrismo y el materialismo
alejan la felicidad relacional. Quien vive en el paradigma de “todo para mí y
los míos”, poniendo sólo los objetivos individuales como foco del vivir,
destruye y depreda el tejido social y las relaciones colectivas. Las usa e
instrumentaliza a su favor, con desconsideración de los otros, la sociedad y el
planeta.
La extendida
noción de maximizar las utilidades de un negocio a todo evento es un buen
ejemplo de ello. No importan los “costos” de la generación de riqueza, pues el
fin justifica los medios y los costos. Una noción más social es la idea de
utilidad razonable, donde se balancea la necesaria generación de abundancia con
el cuidado de las personas, las relaciones, la convivencia social y la
naturaleza. Esta perspectiva sólo puede ser sostenida por alguien que haya
tomado consciencia que el paradigma no es exclusivamente el del yo, sino el de
la comunidad. Un balance yo-otros, donde el fruto de mi actuar y mi trabajo
beneficien no sólo a mí y mi familia, sino que también llegue a otros, con
cuidado del ambiente y las relaciones. Es una mirada socio-comunitaria y
ecológica.
Los sistemas
humanos que promueven la felicidad (parejas, familias, equipos de trabajo)
tienen un fuerte sentido compartido como referente de la existencia de la
relación. Tiene un propósito de ser que trasciende las necesidades meramente
personales. Trabajan conscientemente por fines sociales y transpersonales.
Este sentido
compartido se refleja a nivel de pensamiento en la existencia de un modelo
mental compartido, es decir, cuentan con un piso mínimo de visión del mundo,
códigos valóricos y de conducta.
La forma en
que las personas felices se relacionan con otros es lo más revelador de ese nivel
de bien-vivir. Han trabajado activamente para lograr una aceptación radical del
otro como legítimo otro. Desde ese lugar de aceptación, surge la horizontalidad
relacional como la forma armónica de convivencia. Si te considero esencialmente
igual a mí, más allá de las diferencias accidentales de nivel económico,
educacional, étnico, sexual o religioso, me sentiré un par en la relación
contigo. No me sentiré superior ni inferior a ti. Entenderé que tu punto de
vista y tus creencias son tu verdad, tan válidas como las mías, donde la
oportunidad que se abre es construir un espacio conjunto de articulación de
nuestra verdad.
Esa
horizontalidad en los vínculos promueve la creación de atmósferas relacionales
positivas, donde las emociones positivas están mucho más presentes que las
negativas. Sentimos que es rico estar en esa relación o equipo, que hay respeto
emocional, cuidado afectivo y seguridad.
Las
conversaciones fluyen, son muchas y entretenidas, a ratos desordenadas y sin
foco. Se está en un espacio liviano, alegre, de co-construcción divergente. Hay
alta conectividad. La conversación no es cualquiera. Es un diálogo generativo
que abre posibilidades en cada esquina de la conversación, donde juntos vamos
tejiendo un nuevo mundo posible de oportunidades y espacios de creación.
Esa creación
colectiva y el resultado que produzca, nadie del equipo, familia o pareja la ha
pensado antes. Surge como resultado de esa forma de dialogar, con indagación
permanente y muchas preguntas. El camino de las nuevas posibilidades es a puras
preguntas, dejando de lado las certezas previas. No hay otra forma de construir
nuevos mundos. Descubrir, soñar, diseñar y direccionar.
¿Quién de
nosotros que haya participado de una conversación así no siente que vivió algo
único, un poco loco, imposible de describir y con un estado emocional de flujo
y ausencia del tiempo? En ese estado de flujo sucede el encaje energético.
Estamos todos en la misma sintonía y con un alto nivel de conexión y vibración.
Las
diferencias y los conflictos se resuelven de manera apreciativa, mirando el
vaso medio lleno, concentrándonos en resolver las dificultades más que en
buscar culpables. Verdaderamente se busca las oportunidades de crecimiento que
están escondidas tras las dificultades y los incidentes de la relación. Se usa
activamente la retroalimentación constructiva como estrategia de aprendizaje y
cambio. En el ambiente de seguridad emocional de la atmósfera positiva nos
decimos aquellos comportamientos poco impecables o sub-estándares que es
necesario mejorar. Directo y claro con el comportamiento negativo y cuidadoso
con la persona que lo realizó.
Por último,
una inequívoca señal de felicidad relacional es el sentimiento de hermandad (partnership),
lealtad y confianza que se vive en esas parejas, familias o equipos. Es lo que
los futbolistas llaman “ el camarín”. Podemos no ser amigos en la vida, pero
dentro de la cancha dejamos todo por el equipo, defendemos a los compañeros,
mojamos la camisa y me ciño a mi rol específico en beneficio de los logros del
equipo. Cada pareja, familia y equipo tiene su propio camarín.
Eso es lo
que da felicidad relacional. Sentirme parte de algo superior e importante, un
nosotros fuerte y con sentido, donde tenemos relaciones positivas y poderosas,
con formas de diálogo y cuidado que abren posibilidades, y donde sabemos con
certeza que los logros y resultados de ese colectivo me trascienden, me hacen
mejor persona y me dejan en paz con los otros y con mi misión en la vida, impulsados con la energía esencial de la felicidad: el amor hacia los demás.
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