El cerebro diseña y el corazón realiza
Todas las
personas que han meditado con alguna regularidad tienen la comprobación
experiencial del poder de la armonía en sus afectos. Es frecuente que para
explicar parte de sus buenos resultados o de su alegría de vivir, esas personas
digan “lo hice de corazón”. En alguna esquina todos sabemos que cuando
alineamos nuestras convicciones cognitivas con la certeza emocional de nuestro
deseo, los hechos tienen alta posibilidad de ocurrencia.
Estas
certezas subjetivamente sentidas se han confirmado en parte con los hallazgos
del Institute of HeartMath, quienes desde la década del ’90 se han dedicado a
estudiar la conexión mente-corazón en busca de evidencias científicas. Dentro
de sus descubrimientos comprobaron que la
fuerza eléctrica de las señales del corazón (ECG) es 60 veces más fuerte que la
señal eléctrica del cerebro (EEG) y que el campo magnético del corazón es 5.000
veces mayor que el del cerebro.
Es decir, el
poder de acción y realización del corazón es cientos de veces más poderoso que
el del cerebro. Lo interesante no es la comparación de si el cerebro o el
corazón tienen más poder, sino la constatación de la necesidad de que trabajen
conectados y alineados para lograr resultados.
El cerebro
es quien diseña. Son los pensamientos los que conducen nuestro actuar, trazan
nuestros caminos, visualizan las posibilidades y condicionan nuestros límites.
Es interesante darse cuenta que el alcance de nuestros pensamientos depende
directamente de nuestras convicciones y creencias, algo así como el cerco de
nuestro propio campo. Si nuestras creencias son estrechas y nuestras
convicciones muy limitadas, nuestro campo será pequeño y nuestra capacidad de
acción e influencia estarán reducidas.
Si nuestras
creencias derivan del análisis de la experiencia concreta, más que de las
creencias no necesariamente comprobadas que tomamos de la enseñanza de nuestros padres o de la educación, la posibilidad de ampliar las creencias de niños son
muy altas, corriéndose el cerco de nuestro campo, ampliando el terreno a
explorar y mejorando sustancialmente las posibilidades de arribar a una
consciencia ampliada de la realidad.
Independientemente
de si mis creencias y convicciones son amplias o estrechas, su impacto es el
mismo: determinan mis pensamientos y, por ende, mis espacios de posibilidad y
de acción. Como dice Franckh, siempre hemos de buscar el origen de nuestra
realidad en la fuerza causal de nuestros pensamientos. Ese territorio de
realidad que recortan mis creencias es mi espacio de influencia.
¿Cómo hago para
que lo que visualizo en mi pensamiento y diseño en mi mente se transforme en
manifestación concreta? Mediante el corazón. Es la persistencia de los afectos
sobre un deseo específico lo que hace que se concrete en acción observable. Ese
deseo particular es resultado de un proceso cognitivo, de un pensamiento que lo
creó y lo moldeó.
El mecanismo
es estéticamente simple. El cerebro (mente y pensamiento) es quien diseña el
molde de lo que se va a crear. Igual que un artista que quiere hacer una figura
de yeso, un pastelero que quiere crear una torta o un tornero que quiere
diseñar una pieza nueva, lo primero es crear el molde. Aquí es donde interviene
toda la potencia de nuestro pensamiento. El molde es necesario que lo
imaginemos y visualicemos hasta sus más mínimos detalles, y que lo construyamos
completamente en nuestra mente.
Una vez
terminado el molde de lo que queremos crear, tenemos que vaciar la materia
prima de la que estará hecha nuestra creación, ya sea masa de pastelería,
fierro fundido, yeso o lo que sea. La pregunta es cuál es la materia prima de
lo humano, aquella que debemos vaciar en el molde mental de lo que queremos
crear. Esa materia prima es nuestro sentimiento. Derramando el sentimiento
sobre el molde cognitivo se hace realidad nuestra creación. Y ese sentimiento
es lo que hemos llamado el corazón.
Son los
sentimientos los que hacen realidad nuestros pensamientos, los traducen en
acción concreta con otros. Recuerda que su poder de irradiación es 5.000 veces
mayor que el de nuestro cerebro, por lo que para concretar lo que queremos
hacer el mecanismo de activación son los sentimientos de nuestro corazón, en
estrecha conexión con el poder diseñador de nuestro pensamiento.
Pensamiento
sin corazón genera especulación y no produce creaciones relevantes. Corazón sin
pensamiento produce desorden y formas no moldeadas. Para ser feliz, efectivo e
influyente con otros el matrimonio mente-corazón es imprescindible. Separados
funcionan de modo errático e inefectivo.
Como estamos
culturalmente mejor entrenados en la razón que en los sentimientos, nuestras
dos grandes tareas evolutivas son aceptar el enorme poder de manifestación que está
en el corazón y en trabajar activamente para que cada decisión de nuestra vida
nazca de la conexión mente-corazón. El cerebro diseña y el corazón realiza.
Como dice Drúnvalo,
en el espacio sagrado del corazón, el amor es la luz.
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