Por fin un poco de tensión para los políticos

La aprobación por parte del Senado de la inscripción automática y el voto voluntario para los mayores de 18 años genera una tensión para los profesionales de la política que es muy interesante de observar para quienes nos ganamos la vida meritocráticamente día a día y que no tenemos asegurado el trabajo por 8 años, independientemente del desempeño.

Más allá de si el voto debe ser voluntario u obligatorio (soy de los segundos como una mínima responsabilidad de ciudadanía), el padrón electoral era completamente conocido y controlado por la clase política, lo que sumado al binominal, le quitaba competitividad al sistema político, perpetuando a los mismos y dificultando la renovación de liderazgos. Sabían cómo repartirse el poder.

Más allá de todos los estudios y las proyecciones que puedan hacer los partidos, el ingreso de 4.500.000  nuevos potenciales electorales introduce por primera vez desde el regreso a la democracia un poco de incertidumbre y tensión a los políticos profesionales en su “estabilidad laboral”.

El perfil de los nuevos electores es bastante desconocido y claramente diferente a quienes estamos inscritos, mayoritariamente sobre 40 años. Los que pasan a estar automáticamente inscritos pertenecen a la generación Y, nacidos desde 1980 en adelante. Son caracterizados como más individualistas, interesados en lo social más no en lo político, sin miedo, sin aversión al riesgo y sin la herencia emocional e ideológica del gobierno militar. No están dispuestos a transar su libertad ni sus formas de pensar, son tecnológicos, conectados, socialmente gregarios, con convicciones personales fuertes, han vivido la certeza de su rápida capacidad de organización mediante las redes sociales, y muestran plasticidad para informarse rápidamente.

Como muestran los estudios, están más interesados e informados de lo socio-político que lo que creen la generación X y los baby-boomers, que es donde se concentra la clase política actual y el predecible padrón electoral. Con este perfil pueden cambiar la geografía de la política chilena, que puede moverse hacia espacios insospechados.

Las elecciones aseguradas serán casi inexistentes para los próximas municipales, senatoriales y presidenciales, y cada político tendrá que hacer lo que pocos hacen hoy: dialogar con la gente (y no sólo con sus financistas y grupos de interés) y ofrecer a sus electores una propuesta de valor que sea diferenciadora y creíble, sobre todo con un electorado del cual tendrán poco idea sobre cómo se comportará.

La voluntariedad del voto permitirá que esa tensión se sostenga en las diversas elecciones, pues cada ciudadano irá a votar si le interesa, si le cree a los políticos o si considera que tiene alguna ventaja para sí mismo o sus cercanos lo que escucha de los candidatos. Adquirirá gran peso el análisis de las abstenciones y el voto castigo.

Ahora sí que van a tener que salir a competir los políticos, a sintonizar con la gente y a conquistar una ciudadanía que, por lo visto en 2011, está más exigente, menos crédula, que administra sus adhesiones a las ideas de las personas en un contexto determinado y donde la filiación a la tendencia política perderá peso relativo.

Es interesante también el desafío de informar las ideas que se tengan, pues es sabido que quienes más votan son los más informados, lo que genera un sesgo hacia los segmentos más instruidos de la sociedad, generalmente más conservadores.

Estoy muy contento con este temblor a la completa tranquilidad de la clase política de todos los partidos en los últimos 20 años. La tensión y la incertidumbre los hará tener dos comportamientos: rigidizarse en sus ideas anteriores o cambiar, ampliando su visión de la realidad. Esa es la esperanza tras este gran cambio a la ley electoral: que se muevan para generar cambio, con la mirada más puesta en la gente y sus necesidades, y menos en la conservación del poder por el poder.

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