La consciencia, el personaje del año 2011


A fin de año los medios corren a elegir el personaje del año. Para varios Camila Vallejo, para la revista Time son “los movilizados” (the protester). Es una carrera para poner en una sola persona el símbolo de lo relevante sucedido en 2011. Para no personalizar, el fenómeno que se manifestó con fuerza en diferentes partes del mundo es la consciencia, la gran personaje mundial 2011.

Los detractores me dirán que está plagado de inconscientes, abusadores, gente que vive esquilmando a otros o en piloto automático, haciendo lo que cree que debe hacer y con mínima reflexión sobre su vida. De esos hay muchos. El tema es que los otros, los conscientes, han proliferado en 2011 y han alzado su voz pública.

Esta consciencia es como cualquier proceso psicológico y espiritual. Comienza como un proceso de despertar, se comienza a caminar de a poco y lentamente se van fijando nuevos estándares sociales, algo así como una consciencia colectiva. Los pragmáticos dirán que esto no es así pues no han logrado resultados, como dijo la ministra Schmidt sobre Vallejo. Bien sabemos que hay resultados más lentos y procesos que toman meses o años, como el despertar de la conciencia de la clase media chilena, particularmente a partir de la escandalosa estafa a millones en La Polar y la constatación de los abusos de Karadima y su vigente red de silencio y protección.

La primavera árabe generó consciencia de derechos humanos mínimos y una política representativa. Ahí están Egipto, Libia, Túnez, Yemen, entre otros. Para el resto del mundo, las decenas de movilizaciones en Chile son el invierno chileno, ya sea la consciencia por una mejor educación, por los daños de centrales eléctricas, por la igualdad de derechos independientemente de las condiciones u opciones de las personas o por una distribución del ingreso más ecuánime.

La consciencia está ampliándose. Cada día son más los que individual y colectivamente están despertando a su propio crecimiento o a la exigencia de derechos socio-económicos. La lista de deberes la cumplimos en general con largueza. Existe una creciente percepción mayoritaria del desbalance entre lo que trabajamos, entregamos y pagamos en impuestos y lo que recibimos como derechos o protección (como ciudadanos, en seguridad, salud, educación, acceso a las oportunidades o como consumidores). La mayoría se siente pasada a llevar, viviendo en un desbalance poco equitativo, en diferentes aspectos de su vida personal, familiar, organizacional y social.

Es buena la frase de “necesitamos un cambio en el modelo”, ya sea en la educación chilena,  en el sistema capitalista que está como bote a medio hundir, en el binominal o en la estructura tributaria. Más allá del contenido específico, se asentó la necesidad de cambios hacia una vida más humana, más vivible, con mayor bienestar, de beneficios más distribuidos y más justa. Eso deriva de la consciencia.

Nadie sabe muy bien cómo tiene que cambiar el modelo, aunque se instaló la percepción mayoritaria de su inefectividad futura. El punto de partida ya comenzó. ¿Dónde se llegará?, ¿cómo se hará?, ¿cuál será el proceso, los costos y los resultados? Nadie lo sabe a ciencia cierta. De lo que sí hay certeza es que 2012 es un año de cambios, probablemente drásticos y con tensiones fuertes, con una lucha entre los que protegen el status quo y que todo siga igual, y los que queremos un mundo nuevo, incierto y con esa rara sensación cierta de que será mejor.

Bienvenida consciencia, el personaje del año, que inaugura el mítico 2012, el de los cambios. A abrir los ojos y el corazón para ver cómo participo, cómo me involucro, qué procesos sociales y planetarios continuarán, y cómo se plasmarán en cambios concretos, institucionales y efectivos. Antes del cambio, viene la consciencia. Antes del 2012 estuvo el 2011.

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