El oportunismo amoral en La Polar

Las causas basales del escándalo producido en La Polar son la codicia, la ambición desmedida, la sola preocupación por la propia riqueza y la desconsideración absoluta por los clientes. La pregunta es qué causa estas actitudes, de dónde provienen, qué hizo que los directores y ejecutivos de La Polar llegaran a tomar las decisiones que tomaron.

No queda otra que indagar en la educación y formación valórica de estos profesionales, tanto su educación familiar y escolar como la formación de negocios que tuvieron en las universidades. ¿Qué pasa en el sistema educacional chileno que los valores quedan en el ámbito del intelecto, de la prédica y de lo socialmente deseable, sin encarnarse en las decisiones cotidianas, en las prácticas de gestión de los ejecutivos ni en los comportamientos más triviales? ¿Será que la empresa es vista como un espacio libre de ética personal y colectiva, donde lo que no está legalmente prohibido está permitido? 

Parece que los valores son aplicables para otros y no para mí. La empresa pasa a ser un espacio de amoralidad, donde los valores son sustituidos por la rentabilidad, la productividad y el valor en bolsa. Esos son los valores "filosóficos" para la mayoría de los ejecutivos chilenos, siendo los valores morales una especie de reliquia simpática a la que se echa mano para hacer discursos o responder entrevistas, para parecer más serio de lo que se es en los actos.

Estamos ante una mayoría de ejecutivos marcados por conductas que reflejan oportunismo amoral. Si la posibilidad de ganar plata aparece, se toma, independientemente del juicio ético de los medios para lograrlo. Es el mismo criterio y conducta de las personas que saqueron supermercados para el terremoto. Se presentó la oportunidad y la aprovecharon.

Supongo que muchos argumentarán que en la medida que se cumpla la ley está todo bien. La ley es un estándar básico y de mínima convivencia social. Desde la mirada de la formación valórica es lo convencional, el desde. Aquí está la responsabilidad, el cumplimiento de contratos y el respeto a lo establecido. La mirada de sociedades más morales trasciende largamente esta mirada convencional y se basa en principios de mayor nivel como la solidaridad, el bien común, el cuidado de los otros, la ecología y la sustentabilidad de largo plazo. Desde estos valores post-convencionales, argumentar que se cumple la ley es mediocre. El estándar legal no constituye estándar moral. 

Las personas que están en el oportunismo amoral tienen una débil o nula ética de principios y se contentan con que la ley no los pille, tal como pasó con los ejecutivos de La Polar. Es decir, se amparan en legalismos para esconder su ausencia de principios morales de alto nivel. Debe ser bien difícil mirarse al espejo y reconocerse oportunista amoral, cuando adentro de tu cabeza y en tus creencias tienes un deber ser ético que no has cumplido en tus actos. Aquí no importan las intenciones ni las declaraciones, importan los actos. Y ellos hablan por sí solos. Que ningún ejecutivo de La Polar se sienta ofendido, pues estamos haciendo juicios de sus comportamientos y decisiones, no de su identidad. La evidencia está a la vista. Sus conductas han sido oportunistas y amorales, al menos.

El oportunismo amoral refleja un egocentrismo extremo. Me importo yo. Los otros no son relevantes. Eso es lo grave que muestran los comportamientos de estos ejecutivos (y de muchos otros), pues su formación fue de un individualismo exacerbado, poniendo el yo y el propio bienestar al centro, con desconsideración de los otros. Importo yo. El resto que se pudra. La mayoría de estos ejecutivos proviene de escuelas de negocios y escuelas de ingeniería. Es hora que las familias, los colegios y las universidades revisen la formación individualista, egocéntrica y anti-social que le están entregando a sus hijos y alumnos. Ahí está uno de los gérmenes de la descomposición de comportamientos que hemos observado en los últimos días. En Chile necesitamos una formación de negocios pro-social.

La conducta pro-social se basa en valores que exceden lo individual para trabajar por lo social y lo colectivo, por ejemplo, en los espacios organizacionales de las empresas. Desde niños hay que formar a las personas en la valoración y mirada de los otros, en la constatación de la diversidad y no encerrarse en el propio grupo social, el propio colegio y el propio aire socio-cultural. Si no vemos a los otros y no se nos enseña a ver y sentir la experiencia de los demás, seguiremos con esta mirada egocéntrica que a la larga es destructora de la convivencia, lo social y el bien común. Es casi una rogativa: tenemos que invitar a nuestros hijos y estudiantes a mirar la realidad, a ver a los otros, a mover mis objetivos de vida desde lo puramente individual hacia la consideración de los otros y lo social. Eso se hace mediante la educación familiar, escolar y universitaria.

Para ir más allá del juicio a los ejecutivos, ¿opero yo como un oportunista amoral en mis actos, más allá de mis discursos?, ¿hay en mí un depredador esperando su posibilidad?

Comentarios

Anónimo dijo…
Muy buena columna Ignacio, felicitaciones.

Me recordó una "gran empresa" que conozco, en la que hace no mucho se creó una "gerencia corporativa de reputación y personas", al interior conocida como "la cortina de humo que te reputea".

Hace un par de años lanzaron un plan comunicacional, que incluyó el despliegue de eventos con un presupuesto millonario, incluído show de los magic twins, ropa conmemorativa con el logotipo del plan y cuánta parafernalia pueda haber. Este plan fue llamado "El Espíritu de Nuestro Grupo" (cambié y dí vuelta algunas palabras para proteger al inocente), que era vendido como "la estrategia de gobierno corporativo", basada en una "gestión por valores", los que incluían la "búsqueda de la verdad como principio rector del comportamiento" y una serie de "valores" que los "colaboradores" deberían "encarnar" y "atributos de convivencia" como la "solidaridad", la "innovación", etc. Se les ha visto colaborando en cuánta campaña solidaria se hace de norte a sur, fotos en todos lados, y de verdad creo que a muchos ha beneficiado (al menos muchos han podido comer rico y ver algún show gracias al auspicio de).

Sin embargo, la rotación de personal ha aumentado, las encuestas de clima interno año a año han mostrado que no mejora, la gestión al parecer no ha sido buena porque han figurado en un par de escándalos en los medios, han sido sancionados con multas multimillonarias por la autoridad, y han sido derrotados en múltiples juicios por ex trabajadores. Me tocó verlos mentir y operar al borde de la ley (por ejemplo, la de subcontratación) muchas veces.

Lo particular de este caso, es que había cierta congruencia entre los actos y el discurso. No con el primer discurso, por supuesto, sino que con el segundo, que a algunos nos tocó conocerlo en privado. Mientras el mensaje al mundo era "el grupo se preocupa de su gente", en privado era "al que no le gusta que se vaya", "no queremos jefes pro trabajadores", "¿tú crees que una persona así algún día podría ser aceptado aquí entre nos?" (refiríendose a un compañero más moreno), "¿te complica trabajar con este gallo?, despídelo y llamamos al abogado", "si hay que contratar a este perico, despídelo mañana y llama a la niña de outsourcing para que mande otro", o "di que no estoy" (y parte el gerente a esconderse en el baño para no encarar a alguien).

No conozco la formación que les dieron sus famillias, sin embargo, varios de ellos vienen de colegios católicos pagados caros y bien tradicionales.

Y en una muy importante escuela de negocios, ubicada en Peñalolén, ejecutivos de esta "gran empresa" asisten y asistieron a programas de posgrado, sin embargo, en lo que hacen no se ve cambio, salvo que ahora se muestran más seguros para pasar derechamente por encima de la gente, y usan palabras más lindas.

¿Será que pasada cierta edad ya son caso perdido? ¿Pueden en algo los programas de posgrado ayudar a corregir este problema? ¿O debemos esperar un cambio generacional?

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