El celibato como consecuencia de la automaestría
La discusión respecto del celibato y su asociación o no con los actos de pedofilia y homosexualidad ha generado diversas reacciones, como lo revelan las posturas de José Miguel Ibáñez y Hans Küng en la revista Qué Pasa, aparecida el 16 de abril. Esta discusión está cargada de argumentos científicos, morales y de tradición histórica. Quiero aportar la visión del celibato y de la autoregulación de la energía sexual como una consecuencia de una gestión individual de alto nivel, de una asentada automaestría.
Estudiando la vida de personas con alto desarrollo espiritual y de cualquier origen religioso, se observa un patrón común: lograr un evolucionado desarrollo del espíritu es resultado de un trabajo sistemático de sus aspectos corporales, afectivos y cognitivos, abordando las dificultades humanas que todos enfrentamos, y focalizándose en afrontar con valor y determinación de cambio personal dichos quiebres y problemas. Este desarrollo ascendente es una secuencia que todas las personas viviremos en algún momento de nuestro crecimiento, aunque depende de dos factores: querer enfrentar nuestros problemas y aplicar metodologías de cambio personal que aceleran mi evolución. Este proceso de automaestría es una posibilidad abierta a todas las personas y se hace aún más significativa en quienes cumplen roles de modelamiento y guía de otros, como los sacerdotes.
El celibato es un estado espontáneo que surge de un desarrollo espiritual avanzado, donde las necesidades sexuales se subordinan naturalmente a las necesidades interiores de mayor nivel: la expresión del amor, la sabiduría, la acción coherente y la conexión con lo Superior. Es una consecuencia del trabajo enfocado en la gestión del si mismo y la automaestría. Cuando se mira de lejos a estas personas, se lo pone nombre a sus virtudes y comportamiento. Aquí nacen las creencias y los preceptos morales. Se constata que las personas espirituales y evolucionadas son armónicas y equilibradas. Así se construye un deber ser asociado a un rol. Para ser sacerdote se “debe ser así”. Aquí está el gran error, pues se crea una especie de pauta normativa y perfil deseado, abordándose desde la moralidad y desasociándolo del proceso íntimo y personal de evolución humana.
Por lo mismo, las conductas pedófilas en sacerdotes son consecuencia del poco foco que han puesto algunas instituciones formadoras de clérigos en el sistemático y deliberado trabajo del sí mismo, de un modo balanceado. No basta con el desarrollo religioso y la espiritualidad, sin considerar el cuerpo, las emociones y el intelecto. Como cualquier ser humano, deben trabajar su integridad personal. Quienes lo logren podrán ser ejemplo para otros e iluminar el camino de crecimiento de los fieles. Siempre desde adentro hacia afuera. Primero en mi, luego en los otros.
Esto saca el tema del celibato y del seguimiento de mandamientos, preceptos y creencias del ámbito moral y lo pone en el centro de lo humano: se irradia lo que he logrado en mi interior. Se constata que nadie da lo que no tiene. La coherencia personal y la efectividad en el ejercicio de mi rol derivan de mi automaestría. Ojala los responsables de formar sacerdotes revisen sus programas de entrenamiento y los focalicen en favorecer las condiciones para que emerja de cada seminarista la mejor persona posible, en el balance de su corporalidad, afectividad, cognición y espiritualidad. Quienes no cumplan los estándares mínimos o no estén dispuestos a cambiar y trabajar en sí mismos, no pueden ser guías de otros.
Estudiando la vida de personas con alto desarrollo espiritual y de cualquier origen religioso, se observa un patrón común: lograr un evolucionado desarrollo del espíritu es resultado de un trabajo sistemático de sus aspectos corporales, afectivos y cognitivos, abordando las dificultades humanas que todos enfrentamos, y focalizándose en afrontar con valor y determinación de cambio personal dichos quiebres y problemas. Este desarrollo ascendente es una secuencia que todas las personas viviremos en algún momento de nuestro crecimiento, aunque depende de dos factores: querer enfrentar nuestros problemas y aplicar metodologías de cambio personal que aceleran mi evolución. Este proceso de automaestría es una posibilidad abierta a todas las personas y se hace aún más significativa en quienes cumplen roles de modelamiento y guía de otros, como los sacerdotes.
El celibato es un estado espontáneo que surge de un desarrollo espiritual avanzado, donde las necesidades sexuales se subordinan naturalmente a las necesidades interiores de mayor nivel: la expresión del amor, la sabiduría, la acción coherente y la conexión con lo Superior. Es una consecuencia del trabajo enfocado en la gestión del si mismo y la automaestría. Cuando se mira de lejos a estas personas, se lo pone nombre a sus virtudes y comportamiento. Aquí nacen las creencias y los preceptos morales. Se constata que las personas espirituales y evolucionadas son armónicas y equilibradas. Así se construye un deber ser asociado a un rol. Para ser sacerdote se “debe ser así”. Aquí está el gran error, pues se crea una especie de pauta normativa y perfil deseado, abordándose desde la moralidad y desasociándolo del proceso íntimo y personal de evolución humana.
Por lo mismo, las conductas pedófilas en sacerdotes son consecuencia del poco foco que han puesto algunas instituciones formadoras de clérigos en el sistemático y deliberado trabajo del sí mismo, de un modo balanceado. No basta con el desarrollo religioso y la espiritualidad, sin considerar el cuerpo, las emociones y el intelecto. Como cualquier ser humano, deben trabajar su integridad personal. Quienes lo logren podrán ser ejemplo para otros e iluminar el camino de crecimiento de los fieles. Siempre desde adentro hacia afuera. Primero en mi, luego en los otros.
Esto saca el tema del celibato y del seguimiento de mandamientos, preceptos y creencias del ámbito moral y lo pone en el centro de lo humano: se irradia lo que he logrado en mi interior. Se constata que nadie da lo que no tiene. La coherencia personal y la efectividad en el ejercicio de mi rol derivan de mi automaestría. Ojala los responsables de formar sacerdotes revisen sus programas de entrenamiento y los focalicen en favorecer las condiciones para que emerja de cada seminarista la mejor persona posible, en el balance de su corporalidad, afectividad, cognición y espiritualidad. Quienes no cumplan los estándares mínimos o no estén dispuestos a cambiar y trabajar en sí mismos, no pueden ser guías de otros.
Comentarios
Muy bueno tu artìculo.
Justamente el otro dìa "peleaba" con una amiga respecto del celibato.
Como tambièn lo entiendo como una decisiòn personal, y que tal como dices tù, debe ser trabajada y potenciada por el desarrollo de la automaestrìa.
rol derivan de mi automaestría"... Gracias Ignacio.