Tú primero, yo después
La forma habitual de perpetuar los conflictos humanos es esperar
que el otro cambie primero. Esa actitud refleja desconfianza y mantiene el control
de no perder nada en una situación problemática. Es una actitud egoísta, donde
se quiere ganar y donde importa más tener la razón y conservar la propia
posición que resolver el problema.
Piense en cualquier problema de pareja, entre países, entre empresas,
en las guerras, en los conflictos cotidianos con los hijos. Prácticamente en todos
los escenarios de tensión humana la mayoría de la gente los afronta desde una
estrategia de control y dominio. Como cada parte en conflicto le dice a la otra
“muévete tú primero”, se cae en el inmovilismo y ocurren dos fenómenos: las
consecuencias del problema se mantienen y las partes en conflicto comienzan a
tejer interpretaciones y explicaciones que cada vez alejan más la posibilidad
de llegar a acuerdos.
Todos tenemos en nuestro recuerdo situaciones así, donde
intuimos que debíamos dar el primer paso para resolver una situación y donde
nuestro ego nos aconsejó no hacerlo para no perder la posición de control o
negociación. Es decir, cuando dos o más partes negocian desde el ego, la
posibilidad de acuerdo es prácticamente inexistente. Tenemos el ejemplo de
Israel y Palestina, donde el nivel de fanatismo de subgrupos de cada parte hace
inimaginable un acuerdo, mientras siguen muriendo personas en los ataques
cruzados.
¿Cómo se rompe este juego de suma cero, esta actitud infantil de
no dar el brazo a torcer y esperar que el otro cambie? Parece claro que desde
la actitud del ego intransigente no es posible. El análisis de costo-beneficio,
de lo que gano y lo que pierdo, no es un consejero cuerdo a la hora de estos
conflictos. Ese análisis sólo llevará a acciones de fuerza y a su perpetuación,
si el nivel de fuerza de las partes es asimétrico. Si el poderío de cada parte
se percibe como equivalente, existe la opción del acuerdo “perder-perder”, cada
parte cede un poco para resolver el conflicto.
Otra forma de afrontar las dificultades es desde una mirada más
espiritual, donde aparecen palabras proscritas para la forma humanamente usual
de resolver problemas: perdón, generosidad, iniciativa, paz. El supuesto
inicial es que daré el primer paso para acercar posiciones, aún a riesgo de ser
engañado por la otra parte. Ello deriva de una convicción filosófica: los
resultados se consiguen desde adentro hacia fuera, siendo yo el responsable de
encarnar en mis actitudes aquello que deseo como forma de relación humana.
Eso significa perdonar a quien me daña y dejar ir las emociones
negativas que me tienen atrapado en ese conflicto. Significa ser confiado,
quizás la parte más difícil, pues la confianza no está necesariamente en el
otro. La confianza está en mi noción de la vida como una sustancia universal
amorosa que opera por ley de causa y efecto, es decir, si entrego bondad, amor,
paz y respeto, recibiré eso mismo.
Aquí se produce el punto de quiebre si la otra parte está
buscando un flanco manipulador para ganar el conflicto y conservar el control
desde la imposición de su postura. Esa actitud generosa es evaluada por el otro
como una conducta débil e ingenua, que le permite ganar la negociación,
haciendo prevalecer la posición de control egótico. Se constata un desacople
energético y dos lógicas incompatibles: una parte ofrece confianza, positividad
y noción de comunidad y la otra ofrece negatividad, egocentrismo, escepticismo,
ansia de control, no cambio y negatividad.
Cada uno sabrá cómo se define ante una situación así, pues
depende desde qué lugar esté mirando, ya sea desde el control humano auto referido
o desde la confianza más espiritual de cómo funcionan las leyes de la Vida. Así
como el miedo en las organizaciones hace que las personas trabajen forzadas y
las empresas ganen dinero en el corto plazo (sin sostenerlo en el largo plazo
por los efectos depredadores del miedo), quizás una postura intransigente
“ganará” un conflicto ante quien ofrece una postura de confianza espiritual en
el corto plazo. Aunque en el largo plazo hay que preguntarse qué “devolverá”
más a la persona, que “rentará” más o, simplemente, que nos hará más felices.
Yo soy la forma en que miro el mundo, soy mis pensamientos y
creencias. Todo el resto deriva de esto. Mis resultados, efectos y
consecuencias dependen de mis pensamientos y afectos principales. Lo
interesante es que ello es el marco de creencias con que cada uno comprende la
existencia, nuestro rol en la Tierra y la función en la sinfonía universal.
Por eso es casi imposible que una parte con una mirada espiritual,
sistémica, conectada, humilde y transgeneracional de la Vida pueda tener algún
punto de encuentro con una persona que cree que la vida es sólo la que vive
ahora, donde la clave es ser exitoso y ganar, y tener una posición de dominio
sobre los otros para lograr sus objetivos. Son dos resonancias que no se topan
ni se cruzan.
Lo notable es que las personas de avanzada espiritualidad
encarnada miran a las personas más egocéntricas con compasión y como compañeros
de camino que aún no han despertado, mientras éstos últimos tienen a
descalificar a los espirituales como ingenuos, ineficientes en lo realmente
importante, light y banales.
Es la diferencia entre el
“tú primero” al “primero yo, desde adentro hacia fuera”. Primero yo es ser,
estar y vivir ahora en coherencia con ese sistema de creencias que pone a la
paz, el perdón, el silencio y el amor en el centro de la vida……aunque haya
algunas derrotas y costos mundanos.
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Abrazo Ignacio!!