Warnken y Berríos

En los últimos días, Cristián Warnken y Felipe Berrios S.J. han efectuado dos contundentes análisis de la estructura actual de la sociedad chilena y sus consecuencias.

Cuando se escucha varias veces la entrevista a Felipe Berríos y se relee la columna de Warnken a propósito del término de su programa “Una belleza nueva” en TVN, aparece que sus análisis son producto del tiempo de reflexión, del amor a los valores humanos profundos y de sus mejores deseos para Chile. Si bien sus críticas al poder dominante los pone en los márgenes del establishment, no hay impulsividad, exabruptos, salidas de madre, ánimo iracundo, agresividad ni deseo de destrucción del tejido social. Al contrario. Se perciben deseos de mejoramiento inclusivo para la mayoría, gritados como un lamento suplicante.
 
Hacen un directo y claro señalamiento de los criterios de protección del propio grupo en quienes tienen posiciones de poder, que se suponen guiados por el bien común. Quienes administran el poder político, económico, cultural y eclesiástico se presume que están para servir a las personas y buscar el bienestar y desarrollo de la mayoría de las personas (con la excepción de los empresarios que rápidamente olvidaron el sentido social de las ideas capitalistas y se quedaron con la generación de riqueza y la falacia del chorreo de la mano invisible).

Este supuesto se ha mostrado largamente errado por el comportamiento de las élites dominantes en sus diversos ámbitos de acción. Se busca engordar el poder y patrimonio personal a costa de lo que sea, incluso en quienes por vocación (los sacerdotes) no lo tienen en su foco. El Papa Francisco criticó duramente la búsqueda del éxito de una carrera eclesial ascendente como foco prioritario de muchos sacerdotes, en sintonía con lo dicho por el jesuita Berríos.

Ni hablar de los políticos y su portazo a la participación de la gente en las primarias parlamentarias. Afirmémonos como podamos a los cargos, aunque demos un espectáculo pobre de nuestro abierto desinterés por la representatividad de las personas. Mientras el chancho dé manteca, aprovechemos.

De los empresarios es poco más lo que se puede decir. Tienen sus empresas para ganar plata y la mayoría siente que con dar trabajo y cumplir la ley tienen el cielo ganado. Parecen utopías la verdadera economía social, la autorregulación y la distribución de la ganancia mediante buenos sueldos y condiciones de trabajo. Por eso los estudios muestran que el 75% de los trabajadores se sienten abusados por su empresa.

De esta actitud de no soltar la vaca lechera y servirse a sí mismos antes que al resto es de la que estamos crecientemente conscientes y cansados los ciudadanos corrientes. ¿Cómo hacemos para que atinen y cambien los que debiesen estar encargados de generar mejores oportunidades para la mayoría y escuchar las necesidades de las personas?

Los síntomas del individualismo y de la depredación del poder están por todas partes: falta de representatividad política, percepción de abuso por doquier de las empresas hacia consumidores y trabajadores, gobernantes que nos consideran entes productivos antes que ciudadanos (recuerde la patética idea de fomentar la natalidad con un bono por el tercer hijo), sacerdotes preocupados de la moral sexual y la formación de las élites católicas antes que del bienestar de los feligreses todos, agentes de la cultura obsesionados con el rating y las ventas antes que con la transmisión de conocimiento reflexivo, universidades preocupadas del lucro antes que la formación de estudiantes críticos, con vocación social y espíritu republicano. Hemos tocado fondo.

Que nadie me diga que hace 20 años no sé qué cosa pasaba, que nos quejamos de llenos o, como dijo pavorosamente Jovino Novoa, que las diferencias humanas y la desigualdad de oportunidades al nacer son naturales. Son nuevos tiempos y existen nuevos estándares de exigencia. Eso hace la consciencia individual y social. Exige mejoría y bienestar para grupos más amplios.

Estamos viviendo verdaderas grietas sistémicas que impulsan un cambio de consciencia de los ciudadanos y que hacen incomprensible la sordera y ceguera de quienes administran el poder. ¿Qué esperan?, ¿desorden social, que los desalojemos por la fuerza, mini revoluciones en los lugares de trabajo, calles tomadas todos los días? Se están aprovechando de la valoración que la mayoría hace de la estabilidad institucional y de los altos niveles de endeudamiento que atemorizan a las personas y les impide protestar para no perder su trabajo. Se está estirando el elástico más allá de la cuenta.

Ante la sensación de orfandad y la certeza de que quienes tienen que velar por los intereses de los ciudadanos no lo están haciendo (mientras velan por los intereses propios y los de su grupo), no queda otra opción que tensionar las relaciones sociales por diversos caminos. El más usado ha sido la movilización con escándalo, pues sin éste no aparece en los medios.

Para los que consideraron que las marchas y peticiones del movimiento estudiantil fueron pataletas de cabros chicos, ya habrán entendido que ellos fueron la punta de lanza del descontento estructural con la forma de relaciones económicas, sociales y humanas que se viven en Chile. Ahí están las movilizaciones de Punta Arenas, Freirina, Calama y Aysén. Es usual prender la TV y ver que por una dificultad en la cuadra o el barrio la gente se toma la calle y arma barricadas.

La sordera de los poderosos está impulsando a la calle, a Warnken, a Berríos y de a poco a muchos más, que lentamente comenzamos a perder el miedo. ¿Qué más tendrá que pasar para que los administradores del poder político, económico, cultural y eclesiástico escuchen, atinen, dialoguen y de verdad se pongan al servicio de la mayoría?

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