Mi coherencia es más grande que mi ego


En uno de los talleres de liderazgo que facilito, uno de los participantes dijo "mi coherencia es más grande que mi ego". Aludía a que se enfrentaba a una decisión que, si era fiel a parte de las conversaciones públicas que había tenido, debía resolver a una dirección evidente a los ojos de los demás.

Sin embargo, enfrentada ante sí misma y ante su conversación privada, ese diálogo interior donde emerge la consciencia más esencial, esta persona se dio cuenta que su coherencia interior le indicaba tomar una decisión en la línea contraria de lo públicamente esperable. Se enfrentó a un dilema: ¿tomo la decisión que todos suponen y mantengo intacta mi imagen e identidad pública (lo que esta persona llamó ego)? o ¿soy consistente conmigo mismo, acepto una abollón en mi imagen pública, intento explicar el significado de la decisión “inesperada” y actúo en consciencia ante mi mismo?

¿Cuántas veces cada uno de nosotros no ha estado en esta misma situación, en momentos cotidianos y menores o en espacios de decisiones relevantes que pueden impactar a muchos otros? Probablemente muchos al identificar esta tensión entre yo interior y ego exterior decidimos no hacernos cargo de ella, no queremos hacernos problema y normalmente operamos en piloto automático sosteniendo la imagen pública. Mantenemos la línea de nuestro quehacer habitual, desoímos el interior y nos perdemos una oportunidad de aprendizaje.

Cuando algunas disciplinas espirituales o la metodología de conversaciones valientes indican que uno de los principales caminos para el crecimiento personal y la automaestría es afrontar los desafíos más difíciles aquí y ahora, significa tener el coraje de hacernos cargo de nuestros propios destellos de consciencia, esos chispazos donde la intuición nos revela que algo adentro impulsa a hacer algo distinto de lo que estamos acostumbrados a realizar en el afuera. Ahí es cuando la coherencia interna desafía el ego externo.

El tema del ego está ampliamente abordado por diferentes autores y tiene un tono genéricamente negativo. De aquí provienen las palabras egótico y egocéntrico. Sin embargo, se reconoce la centralidad del ego en el desarrollo de la vida y la personalidad. Imaginarlo como el envase que uno es durante un tiempo y que durante la formación de la identidad personal es clave pues nos permite orden y estructura. Algo así como la piel de la serpiente, que cambia muchas veces en la vida.

El problema surge cuando la estructura interior de una persona se identifica con el ego exterior, se fusionan y la persona cree que es lo mismo, es decir, cuando lo más externo se confunde con lo interior o cuando, en un escenario de tensión y rivalidad, lo externo se impone sobre lo interno como criterio de dirección de la propia vida. Hay varias maneras de llamar a estas dos partes: yo interno – yo externo, self – ego, ego sano – ego tóxico, GPS interior – imagen pública, identidad privada – identidad pública.

Más allá de cómo cada uno lo llame, lo central es distinguir que existen dos partes, una adentro y anclada en lo profundo de mi ser, y otra más exterior y en la periferia de mi mismo. El camino de automaestría o de la consistencia personal requiere integrar estas dos partes de mí (lo privado y lo público), entendiendo que la felicidad personal deriva de poner el control del ser en el interior, en la sensación sentida que surge del fondo de nosotros mismos y del silencio de la consciencia contemplativa, alineando el comportamiento y la acción externa a las guías interiores. Eso es poner la coherencia por sobre el ego.

En el mismo taller de liderazgo conversábamos que normalmente la tarea de controlar o reducir el ego se aborda individualmente y exige mucha consciencia y convicción para trabajarlo. En la práctica son pocos los valientes que quieren ir a una versión 2.0 de sí mismos y tienen la perseverancia para sostenerlo en el tiempo y asumir los costos públicos de crecer y cambiar. Costos familiares, de pareja, de amistad, laborales: costos de imagen pública.

Como estábamos en el contexto de un equipo de trabajo reflexionamos sobre las formas en que otras personas pueden ayudarnos a visibilizar y domar el ego, trayendo a la consciencia aquellos aspectos ciegos o evitados de mi mismo que me mantienen en un nivel de desarrollo plano que tiende al languidecimiento. En lo relacional existe la motivación adicional de que el ego subordinado a las metas del equipo produce el logro del propósito de ese colectivo. Por experiencia sabemos que los comportamientos egocéntricos en equipos de trabajo, donde se busca el interés y el aplauso individual por sobre el logro grupal, destruyen el tejido interpersonal, la conectividad, la confianza y la atmósfera positiva para los buenos resultados.

Las formas relacionales en que otros me pueden ayudar a hacerme cargo de un ego más grande de lo deseable son dos. Lo primero es que me den retroalimentación directa y contingente sobre los efectos negativos de mis comportamientos para el logro de la meta colectiva. Ello con dos pre-condiciones: (1) que exista un contexto contenedor y apreciativo que permita entender la intención positiva de la retroalimentación negativa; (2) donde la retroalimentación apunte al actuar y no al ser de las personas, a su comportamiento y no a su identidad.

La segunda forma de reducir el ego es la empatía. Ponerse en los zapatos del otro, disponerme a sentir lo que el otro está sintiendo, antes de hablar. Es clave que sea antes de hablar. El silencio permite crear el espacio para que uno vea al otro, lo deje entrar en su mente y su corazón, para ampliar mi enfoque único y mi mirada autorreferente. Así también se reduce el ego: viendo y sintiendo al otro, mirando el mundo desde sus ojos. Si quieres juzgar mi vida, camina con mis zapatos.

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