Si no se mide, no existe. No sea poco serio.

Me sorprendieron algunas reacciones de lectores ante mi última columna “La paradójica vida de Steve Jobs”. No me refiero a las descalificaciones de identidad, propias de personas que no toleran el disenso o la argumentación diferente y, en que en vez de reflexionar y cuestionar la ampliación de su punto de vista, se parapetan en la agresión fácil para defender su perspectiva rígida y de enfoque único. Su descalificación muestra que operan en una actitud desvalorizadora ante los otros o las ideas, y poco o nada tiene que decir del texto que leyó y menos de quien lo escribió.

Lo que me llamó la atención es la necesidad de algunas personas de fundar todos los juicios con datos empíricos y objetivables. Si lo escrito no se ajusta a ese estándar cartesiano proveniente del método científico de argumentación, se tilda de poco serio, banal, liviano, infundado, vergonzoso, new age o cualquier otro adjetivo descalificador. Si no hay hechos comprobables, no existe. Si no se mide, su realidad se desvanece.

En un acto de claridad y honestidad intelectual, en la columna sobre Jobs dije en 3 ocasiones que escribí desde supuestos e hipótesis. Este sólo hecho fue motivo de descalificación. ¿Cómo operan incluso los científicos? Desde la creencia en lo intangible, en lo aún no probado ni constatado, en la certeza de lo invisible, en lo aún no develado pero que, a punta de trabajo y evidencia, espera ser revelado en algún momento.

Reivindico la seriedad de generar hipótesis y supuestos, de pensar ideas poco razonables para muchos y de avanzar en la búsqueda de la evidencia que constate esas ideas originalmente poco convencionales. ¿No opera así el avance del conocimiento, del arte y de la vida? Funciona a punta de intuiciones no fundamentadas, aunque intensamente sentidas. El mejor ejemplo de esto es la Presencia de Dios. Nadie la ha podido medir y no existe científico que la haya visto ni matematizado. ¿Indica eso su inexistencia?

Como tenemos el regalo del libre albedrío, en este punto las personas nos dividimos: están los militantes de los hechos científicos y la exclusiva razón, aquellos que si no hay una montaña de papers avalando con evidencia medible un fenómeno, dudan de su existencia, y se molestan ante la generación de hipótesis aún no confirmadas (¡eso es una hipótesis!). Y estamos los que, valorando ese punto de vista anterior como necesario aunque insuficiente, validamos la experiencia subjetiva, personal y colectiva, como fuente de fundamentación, constatación y creación de realidades.

Existen varios ejemplos de experiencias personales y relacionales fundamentales para la vida que se le escapan a la ciencia y al lenguaje, que no pueden ser asidos en su totalidad y donde la ciencia sólo pueden medir algunas aristas de esos fenómenos. Por ejemplo. ¿Cómo medir la profundidad existencial de una relación?, ¿cómo evaluar la experiencia mística?, ¿cómo dar cuenta de la estética, la moral, las sensaciones profundas de lo placentero?, ¿cómo mensurar el amor?, ¿cómo explicar la sensación de presencia de lo cósmico en el silencio ante lo Superior?

Estas son parte de las vivencias fundantes del habitar humano y la ciencia no alcanza a atisbar la totalidad de su realidad sentida. ¿O usted que ha vivido alguna de estas constataciones en su vida, duda de su existencia?

Que estas vivencias no se puedan medir y que aún no se encuentren las evidencias de ello sólo demuestra la limitación de nuestros métodos de estudio y la confusión que producen las creencias y sentimientos en la mente de quienes aspiran a una racionalidad empiricista. Quizás nunca se podrán medir, pues están en lo intangible, en lo profundamente sentido, en el silencio de la meditación, en el amor inenarrable, en aquello que no puede ser explicado con el lenguaje y entra en el mundo de lo cierto e ininteligible.

Mirar estas vivencias personales y relacionales desde la arrogancia excluyente de la ciencia, sólo habla de quien mira desde ese lugar. Un ejemplo actual es Stephen Hawking, quien afirmó que científicamente Dios no existe. Es libre de pensarlo. Lo que es inaceptable, tal como dice Maturana, es la pretensión de objetividad y su efecto de asimetría relacional y posesión de la verdad. Como yo tengo una verdad amparada por la ciencia, estoy en la verdad y los demás están equivocados, lo que me hace sentir superior, más inteligente y con más derecho a opinar.

Es distinto encontrar una parcela de verdad que creerse poseedor la verdad. Finalmente esta es una forma de habitar la vida que deriva de las creencias y la reflexión que hemos hecho de ellas, y cómo nuestra experiencia las ha modificado o no. En este punto se observa al menos tres tipos de actitudes: la soberbia (quienes portan LA verdad, la actitud del dominador de la vida), la humildad (quienes creen encontrar algunos retazos de verdad y que saben que es solo su pequeña verdad, en busca de verdades más inclusivas, la actitud del estudiante de la vida) y la indiferencia (a los que les da lo mismo y viven en el hedonismo competitivo e individualista, la actitud irresponsable ante la vida).

De aquí se desprende el juicio de arrogancia de unos pocos iluminados que nos tienen que guiar a una manga de extraviados. Ojo con ese tipo de argumentaciones y con esos gurús que están en diferentes lugares y dominios, con pretensiones de objetividad y con el riesgo latente del sometimiento a otros, si tienen poder.

La conclusión es simple: si un fenómeno no se mide sólo muestra que nuestro instrumental de medición y nuestro observador no están en condiciones de asirlo en su totalidad. El fenómeno sigue existiendo, esperando ser develado desde una mirada más amplia, silenciosa, humilde y sentida.

Es hora de superar los daños provocados por Descartes con su error de la razón por sobre todo y el método racionalista y científico como único método válido y serio. Eso es parte del pasado. La subjetividad también se constituye en objeto de investigación y observación seria. El tema es que cuando lo subjetivo lo conviertes en objeto pierde su cualidad esencial derivada de mi relación con eso, con ello, con él, ella o ellos, como dice Martin Buber. ¿Es posible convertir una relación Yo-Tú profunda, verdadera, amorosa y en el presente, en un objeto de estudio, sin perder sus cualidades esenciales? Parece poco posible. 

Comentarios

Hola, Ignacio.
Leí este blog en La Tercera por que me causó curiosidad el título, y cuando vi el primer argumento, leí la columna sobre Jobs, para opinar con fundamento. Esto me motiva a teorizar lo siguiente:

Creo que tu punto de vista tiene sentido en muchísimos aspectos. Rescato mucho los ‘supongo’ e ‘hipotetizo’ que agregaste de vez en cuando, porque marcan que es tu opinión personal. Sobre las reacciones de los lectores, creo que tuvieron una confusión. Hay mucha gente que, aprovechando la inmediatez y la capacidad de difusión del material en la red, se atreve a lanzar ideas basadas en supuestos (al igual que tú) pero las lanza como verdades incontrarrestables (a diferencia tuya). Y como resumen, cuando su error queda en evidencia ni siquiera son capaces de reconocerlo, sino que argumentan que no se entendió lo que quisieron decir (ergo, el locutor siempre tuvo la razón, el receptor es el tonto). Y me da la impresión que después de tantos episodios como estos, la gente se cansó de que trataran de meterle el dedo en la boca.

En resumen, creo que la gente está tratando de defenderse como sea de estos ‘gurúes’ y trata de acudir a lo que le reporta más seguridad (la ciencia, la ley, dios más allá de las religiones, etc). Hay quienes lanzan ideas brutales y son incapaces de generar debate porque elevan sus dichos al altar de Suma Verdad.

Saludos. Me agradó leer un enfoque personal y distinto.

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