Hacia una nueva normalidad socio-política

Lo más llamativo de las movilizaciones sociales es que en tres meses parece que lo que era normal, obvio, transparente y poco cuestionado ya quedó atrás. Muchos de los paradigmas y formas que tiene la vida social, económica y cultural del país están en cuestión y se buscan cambios.


Es interesante ver que se abren nuevos tiempos en Chile, reflejados en el malestar de muchas personas, así como el despertar de conciencia de los ciudadanos en diferentes partes del mundo con sistemas que no reconocen derechos básicos ni articulan formas que canalicen adecuadamente las expectativas sociales mayoritarias. 


Las encuestas dan cuenta del apoyo mayoritario a la movilización estudiantil, junto al rechazo mayoritario a la violencia desmedida del lumpen y los delincuentes que usan los movimientos para su habitual conducta destructiva, ladrona y anti-social, y que dan pie para concentrar los discursos en la violencia y sacar la mirada de los temas de fondo y de bien común.

De una plumada estamos frente a un tiempo que requiere nuevos estándares de normalidad. Lo que bastaba hace un par de meses, ya no es suficiente. El gobierno parece haber entendido algo de eso, reflejado en sus propuestas educacionales de ampliación de becas al 40% más vulnerable y la reducción a la tasa de interés del crédito con aval del estado al 2%. Es decir, fija nuevos estándares menos desiguales, pero lejos de lo equitativo.


Los estudiantes, lúcidos y con la cabeza fría, hablan de la necesidad de un cambio de paradigma, es decir, ir a los temas de fondo de un modelo socio-económico que ha generado riqueza pero no distribución en los diferentes grupos sociales. Aunque parezca cliché, un buen Imacec es una gran noticia para el 10% más rico pues se lleva más del 80% de esa riqueza, mientras la clase media y los pobres siguen igual.


Pareciera que ahí está la razón del descontento y de la necesidad de una ampliación de la visión y el paradigma, cuyas miradas en tensión se reflejan en la noción de los estudiantes de la educación como un derecho social básico, en abierta contradicción a la declaración del Presidente Piñera de la educación como un bien de consumo. Es decir, no están de acuerdo en los diagnósticos.


Sorprende que el gobierno no valide a este movimiento estudiantil, no se junte con ellos y quiera usar al parlamento como la vía de resolución. Implícitamente se descalifica al movimiento y, por extensión, no se acoge el malestar de las personas, la necesidad de dialogar por la dirección del nuevo paradigma socio-económico y sentar las bases institucionales de un nuevo tiempo que llegó para quedarse.


Nuevos tiempos requieren nuevas miradas, nuevos acuerdos y nuevos estándares, en lo educacional, en el sistema de representación política y la molestia con el binominal, en la política económica, en la necesidad de una reforma tributaria pro-equidad, en los cuestionamientos a la Constitución. Es tiempo de cambios grandes y significativos.


Y si ni la Concertación ni la Alianza dan el tono de representatividad de los movimientos estudiantil y social, el gobierno tiene que entender que el diálogo y el acercamiento de posiciones con los líderes emergentes y naturales de este movimiento son los que descomprimirán el conflicto. Si eso no se hace, los estudiantes no se van a desinflar. Faltan hartos meses para las vacaciones.


Lo normal de hace 3 meses, hoy es insatisfactorio. La tensión está aquí. Si no se acuerda una nueva normalidad, con estándares y mecanismos claros, la conflictividad continuará.

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