El despertar de la conciencia desde la retroalimentación constructiva

La diferencia entre las personas egocéntricas (y que solo trabajan por beneficios personales) y las personas a quienes les importan los demás está en el despertar de la conciencia.

Podría darme muchas vueltas sobre cómo ocurre este proceso, la relación entre la conciencia y cómo el referente que uno tenga en la vida determina las posibilidades de acción y de consideración a los otros, de cómo las creencias son las que permiten ver o estar ciegos, y de que la única forma de validar esas creencias es el chequeo de ellas mediante las sensaciones corporales y las emociones, para mostrarle a la mente su error al sostener creencias sin soporte ni evidencia en la propia vida.

No quiero hacer eso. Sólo quiero decir que la forma exterior de ayudar a alguien a que despierte a su conciencia es intensificando su tensión, mediante una retroalimentación constructiva, directa, asertiva y apreciativa de los errores que está cometiendo y de la brecha que hay que transitar para lograr su estado deseado. Visualizar el estado deseado es importante, aunque no siempre moviliza a la acción. Cada día me hago más adepto de la retroalimentación sistemática en todos los planos de la vida, cuando previamente se ha construido un contexto respetuoso y validado para hacerlo. A las personas no nos gusta que nos retroalimenten. ¡Obvio! Nos saca de la comodidad, nos permite ver lo que no veíamos y nos tensiona. ¡Ese es el objetivo!

Si quieres que tu jefe cambie, que tu pareja se mueva, que tus hijos crezcan balanceadamente y que los cercanos obtengan las ventajas y beneficios de ser concientes de si mismos y de los demás, dales retroalimentación constructiva en un ambiente de seguridad afectiva. El objetivo es tensionarlos y producirles una frustración manejable y movilizante. Es la curiosa forma de ayudar al inicio de la automaestría desde afuera de la persona.

Dar retroalimentación constructiva no asegura que el otro aumente su nivel de conciencia. Eso siempre depende de quién recibe el feedback y su momento vital, haciendo gala del libre albedrío. Desde afuera, la retroalimentación es una de las herramientas que tiene la mayor probabilidad de generar cambio en los otros, por lo que si bien no garantiza que el otro cambie, es lo que yo puedo hacer por él y por mejorar los contextos compartidos, las conversaciones y las relaciones entre personas. Siempre desde el amor, la humildad y la aceptación de quizás no lograr lo que se desea, pues la probabilidad de que el otro despierte a su conciencia no depende de mi. Aunque eso es lo que puedo hacer. Con amor, cautela y coraje.

Comentarios

Unknown dijo…
¿y quién determina que lo que el otro (o uno, según sea el caso), está haciendo es correcto o incorrecto?... ¿en qué minuto se establecieron los parámetros?... y, sobre lo mismo, ¿dónde se pueden encontrar?...
Por últmo: ¿dónde está el límite entre apoyar el desarrollo del otro respetando su libre albedrío y hacer que los demás piensen como yo?...
Andrea:

Siempre se hace desde el propio observador, con la carga de subjetividad e historicidad que eso tiene, no obstante el poner ojos amorosos en el otro.

Como dijiste en otra conversación, quien valida el feedback es quien lo recibe y el que lo da lo hace desde sus parámetros, con todo lo certero o errado que eso pueda ser.

La clave está en la intención positiva y amorosa (como input) y en la efectividad de la conversación valida en que el otro escuche y no se sienta agredido, pues clausuraría el aprendizaje.
Me gustó mucho la columna, y el comentario de Andrea.
Me parece que la tensión movilizadora del otro, nace cuando ve en uno mismo el cambio personal; cuando mí cambio, saca de la comodidad al otro; pueden pasar dos cosas:
1.- Que la persona al sentirse incómoda, se aleje de mí.
2.- Que la persona al sentirse incómoda, se "motive" a indagar por qué de mí cambio, cómo lo hice, y en qué puede hacer ella misma.

Siento que ahí entra el tema del recibir y mostrar al otro desde el afecto, la humildad, y el desapego.
Pablo Reyes dijo…
Cuando retroalimento lo hago desde algún lugar. Cuando recibo retroalimentación, también.
No basta sólo con hacerlo amorosamente. También hay que poder escuchar como el otro.
La mayoría de las veces, los sistemas de valores son en oposición (yo no soy tu). Esto pone a retroalimentador y retroalimentado en una tensión de poder que muchas veces dificulta el resultado buscado.
Hacerlo cuidadosa y amorosamente es un gran paso. Hacerlo en el idioma y sentido del otro es aún mayor.
Cuando retroalimentamos "desde" el otro, nos estamos retroalimentando al mismo tiempo a nosotros mismos.

Gracias por el post

Pablo
Anónimo dijo…
Me gusto la discusión. Desde mi punto de vista, uno mas entre los muchos que permiten construir la realidad, una de las respuestas a las interrogantes planteadas puede encontrarse en la ontología del lenguaje. Cuando comprendemos que lo que pensamos y hacemos son "juicios" y no " declaraciones", aprendemos a apreciar la perspectiva del otro y somos capaces de aceptar con humildad que el nuestro es sólo un punto de vista y no la realidad. Y desde ese punto de partida comenzar a construir, a ver al otro, a establecer los parametros comunes y aceptar las diferencias, a construir una historia.

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