Semillas de espiritualidad en la empresa
Tratar el
tema de la espiritualidad en la empresa le puede parece utópico, ingenuo y
completamente alejado de la realidad chilena a muchas personas. Los resultados
entregados por algunos estudios locales (Encuesta Nacional de Salud, Trabajo y
Equidad en Chile - ENETS 2011 y el Estudio Zoom al Trabajo 2011 de Visión
Humana) muestran que un significativo número de empresas chilenas no cumple los
estándares mínimos de lo humano en las organizaciones, a saber, el respeto como
validador de las decisiones organizacionales, la mantención del equilibrio
laboral-familiar, la conservación de la salud física y psicológica de sus
trabajadores, el cuidado de la vida y la seguridad personal, y el cumplimiento
de la normativa laboral vigente.
Que la
mayoría de las organizaciones chilenas se encuentre bajo la línea de flotación
antes señalada por los estándares mínimos de lo humano, no impide que
indaguemos los estándares máximos. Visualizar el estado deseado y la dirección
hacia la cual se tienen que mover las organizaciones es esencial en cualquier
planificación estratégica, por lo que la pregunta es cuáles serían vías posibles
de implementar en las empresas para comenzar a moverse progresivamente hacia
una gestión que incorpore la espiritualidad como uno de los factores centrales
para el logro de resultados organizacionales y la satisfacción de las personas.
El riesgo de
hablar de espiritualidad en el trabajo es la activación automática de
prejuicios, creencias o estereotipos desvalorizadores por parte de algunas
personas. No tiene que ver con religión ni con el deseo de querer imponer una
visión del mundo. Nace de la constatación que las personas, comunidades y
organizaciones que han logrado un buen balance entre resultados y felicidad
focalizan algunos objetivos de orden superior dentro de sus prioridades, no
obstante no los declaren como “espirituales”.
No es un
tema ausente en las conversaciones de trabajo. Es frecuente en los diagnósticos
organizacionales escuchar que es necesario fortalecer la mística de la empresa,
desarrollar el espíritu del equipo o expandir las capacidades de las personas.
Todo ello supone preocuparse del espíritu organizacional.
En un primer
intento de aproximación, se distinguen 4 elementos organizacionales necesarios
para la construcción de una gestión que valore la espiritualidad
organizacional.
El elemento
principal es la construcción de un sentido organizacional trascendente. Se
diferencia de los sentidos individuales y de sentidos organizacionales
autorreferentes, donde sólo importa el éxito de la empresa, con poca
consideración del entorno y el eco-sistema. Alude a que el referente de sentido
de una empresa, su propósito y razón de ser, esté guiado por inquietudes de
contribución social, saliendo del “si mismo” organizacional. Es un sentido
trans-organizacional, superando sus exclusivas necesidades de rentabilidad y
entiendo que su rol como empresa es hacerse cargo de resolver problemáticas
sociales y colectivas.
Un segundo
elemento de fortalecimiento de la espiritualidad organizacional es poner a las
personas en el centro de la estrategia. Implica un gigantesco cambio del
paradigma imperante, donde el centro tienden a ocuparlo factores económicos,
sin entender que la rentabilidad y la innovación sobresalientes son
consecuencia del trabajo voluntario y consciente de las personas. La causa de
todos los buenos resultados organizacionales son las personas. A ratos cuesta
entender que esta afirmación sencilla no sea apreciada en toda su profundidad
por quienes dirigen organizaciones.
Poner las
personas como la causa de la efectividad organizacional supone generar estrategias
de apoyo, desarrollo y acompañamiento de primer nivel para los trabajadores de
una empresa, y redefine esencialmente el rol de los líderes: generar las
condiciones para el despliegue del talento individual y coordinado de las
personas, en función del sentido organizacional.
Un tercer
elemento es la resignificación en el uso del poder jerárquico, ya no
concentrado en mandar, controlar personas y ejercer autoridad desde el
autoritarismo y la actitud superior, sino concebir el poder como un acto de
servicio al sentido trascendente y a las personas, centro de la estrategia. Es
sacar al liderazgo de sus vertientes egocéntricas y de auto-afirmación
narcisista, para ponerlo en la horizontalidad relacional, en la centralidad del
otro como un legítimo otro y en concebirse como un articulador organizacional
que facilita condiciones de resultados, de emocionalidad positiva y de
aprendizaje permanente. Es decir, un gerente de servicio, que sostiene su
responsabilidad por el cumplimiento de resultado. No cambia el qué. Se
transforma radicalmente el cómo.
Finalmente, concebir los
equipos de trabajo y la organización como comunidades auto-organizadas facilitará
el despliegue de las capacidades latentes, esas que esperan ser activadas en
las semillas aún no florecidas de la espiritualidad organizacional.
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